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Presentación

«Hoy no voy a hablar de conceptos refinados, teoremas sofisticados y demostraciones complicadas. Hoy deseo ofrecerles algo muy modesto: yo mismo. Les ofrezco todo lo que sé, mi manera de pensar y mis sentimientos. Les pediré atención estricta, diligencia de hierro y tesón incansable. Pero olvídenme si no piensan darme lo que es más importante para mí: su confianza, su simpatía y su amor. Les pido, en una palabra, lo más grande que ustedes pueden dar: a sí mismos»

Ludwig Boltzmann se presentó así a sus alumnos el primer día que dio clase. Dicen más estas palabras sobre el arte de la pedagogía que una carrera y un máster.

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Pánico en la universidad

Últimamente la prensa se ha hecho eco de los problemas que están teniendo muchos universitarios para pagar sus matrículas. Se habla de unos 30000 estudiantes al borde de la expulsión por esa causa. Que cada vez haya más alumnos que no pueden hacer frente a los pagos es comprensible habida cuenta de los altísimos niveles de desempleo, la subida de las tasas y la disminución del número de becas, esto último motivado por el endurecimiento de los requisitos académicos.  Pero conocer los motivos no le quita dramatismo al hecho. Es una auténtica tragedia que chicos capaces y con ganas se queden fuera del sistema por motivos económicos. En este blog un profesor cuenta el  caso particular de un estudiante de ciencias y, desde luego, es difícil quedar indiferente ante la situación del muchacho. Aprovechando el debate  abierto en torno a los problemas de financiación de las universidades, y que estamos en junio, época de exámenes por excelencia, conviene recordar algunas cuestiones sobre la enseñanza superior en España:

1) La universidad nunca ha sido buena.

2) Nunca ha habido auténtica igualdad de oportunidades, afirmación que va unida a la primera: si la enseñanza no es buena, no hay igualdad posible.

3) La política universitaria en España nunca ha respondido realmente a los intereses de los alumnos o de la población general.

En un tiempo no tan lejano, los estudiantes debían matricularse en el distrito universitario que les correspondía por residencia. Recuerdo que cuando aparecieron aquellas infames ofertas de empleo que pedían abstenerse a los licenciados por las universidades de X e Y – que ya yo no llegué a ver, aunque yo ya vi pocas ofertas de trabajo -, muchos jóvenes canarios se inventaban familias en Madrid o Barcelona. Cierto es que otros no tenían necesidad de inventar nada por carecer de medios para vivir fuera de su isla. El caso es que la universidad nació con vocación provinciana.  ¡Que viva el enriquecimiento cultural y la universalidad del conocimiento! Universidad provinciana, como la luz oscura y el agua seca.

Después llegó la época en que los alcaldes de Villa Arriba no podían ser menos que los de Villa Abajo, y cada pueblo construyó su universidad y su auditorio de Calatrava. Los alumnos como excusa necesaria para la universidad cortijo, la  universidad agencia de colocación, la universidad trampolín para carreras políticas. Ahora estamos viendo que no había tarima para tanto rector, pero quizás ya sea demasiado tarde.

En definitiva, nunca ha habido un plan de educación que recogiera las necesidades reales del país y los derechos de la población. Aunque justo es reconocer que hay profesores e investigadores maravillosos en muchas universidades españolas, y que en los pasados treinta años mucha más gente ha podido estudiar de la que lo había hecho en cualquier otra época histórica. Sin embargo, seamos sinceros, aquí nadie ha entendido, o ha querido ver, lo que significa la enseñanza superior. Mi sensación es que siempre se ha jugado a ser erudito, catedrático, decano o miembro del equipo rectoral, más por  prestancia que por convicción. La universidad es una gran farsa donde gente con escasas inquietudes finge ser Newton, Heidegger o Gauss. Si la educación de los alumnos se ha considerado un accesorio, no es de extrañar que en tiempos de vacas flacas los alumnos sean los primeros en salir del sistema, sin diploma y por la puerta de atrás. Y aunque siempre ha habido alumnos que han ‘sobrado’ – porque no todo el mundo vale para ser universitario, como no todo el mundo vale para jugar al fútbol o para tocar la trompeta – sólo los de clase baja tienen que esforzarse en demostrar su valía, como demuestra el hecho de que existen más requisitos académicos para obtener beca que para matricularse. Con dinero siempre ha sido posible ser mal estudiante y así seguirá siendo.

Creo que todos conocemos a personas valiosísimas que no tuvieron la oportunidad de ir a la universidad, y a auténticos zoquetes con título. ¿Es ley de vida? No, es una pena muy grande. Para la sociedad entera.

Lo doctor no quita lo pendejo, como dicen los mexicanos.

Editado para incluir el enlace a un artículo con el que estoy bastante de acuerdo, aunque yo creo que también habría que invertir esfuerzo en mejorar la propia universidad porque, entre otras cosas, es condición necesaria para la mejora de la enseñanza primaria y secundaria.

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La vergüenza de Arquímedes

Se quejaba el otro día Fernando Savater en uno de sus artículos, de que nuestro sistema educativo está  totalmente enfocado a lo práctico, a lo útil, a lo rentable. Según él, ése es el verdadero problema de la universidad actual, bajo las pautas abierta o encubiertamente mercantilistas dictadas por Bolonia. Me pregunto dónde ha estado metido este hombre todo este tiempo para afirmar semejante cosa. ¡El verdadero problema! Estoy segura de que cualquiera que haya conocido la universidad española, y sea mínimamente honesto consigo mismo, no dudará en reconocer que los problemas de la enseñanza superior son múltiples y variados pero, desde luego, el exceso de utilidad de los contenidos nunca ha sido uno de ellos. Ni siquiera ahora, cuando – es cierto -, se está dando mucho más peso a lo (aparentemente) práctico. Sigue diciendo Savater que el objetivo de los planes de estudio viene dictado hoy en gran medida por las exigencias de las empresas que pueden ofrecer colocación a los graduados. Y creo que aquí se vuelve a equivocar. Yo diría que los planes de estudio vienen dictados – hoy como ayer – por los departamentos universitarios, y que responden sobre todo a sus luchas internas de poder, no a los intereses de las empresas, y no digamos a los de los alumnos. ¡Ojalá a los graduados les sirviera al menos para encontrar colocación! Eso que habríamos ganado. La realidad es que han cambiado algo las formas, pero en el fondo están los mismos, enseñando lo mismo, que no es otra cosa que aquello que conocen y que saben hacer. Dicho esto, yo tampoco creo que  se deba supeditar la escuela, o la universidad, al mercado, pero tampoco debe dar la espalda a la sociedad, cerrada en su círculo de autocomplacencia.

El hecho de que alguien como Savater opine sobre este tema en estos términos pone de manifiesto, una vez más, que lo que ciertas élites intelectuales conocen como cultura y conocimiento, así en general, se refiere a su pequeño campo de intereses y a su particular visión academicista del mundo. Es cierto que no todo en la vida ha de servir para ‘algo’. Ahora bien, ¿puede decir Savater seriamente que el objetivo de unos estudios de ingeniería industrial debe ser el simple afán de saber y de indagar sin objetivo inmediato práctico? ¿Deben estar los planes de estudios de medicina orientados a proporcionar una formación humanista en el sentido amplio del término, o conviene que los futuros médicos adquieran conocimientos y destrezas prácticas con las que ayudar a prevenir y curar enfermedades? Es más, me resulta curioso que utilice los términos ‘práctico’ y ‘rentable’ indistintamente, porque no tienen demasiado que ver. Saber instalar una placa solar en casa para uso doméstico es muy práctico pero seguro que ni  las compañías eléctricas  ni el gremio de instaladores lo consideran rentable. En cualquier caso, la buena educación siempre es rentable a largo a plazo. Hay una clara correlación entre el desarrollo económico y la calidad de la enseñanza y la investigación que se hace en un país (por ejemplo, estos gráficos son muy claros a este respecto). Es decir, que la buena educación se puede defender incluso usando criterios estrictamente económicos. Pero es que además, aunque no lo fuera, la educación es un derecho: todos debemos tener la oportunidad de aprender, de enriquecer nuestra vida, de abrir nuestro mundo. El conocimiento tiene valor por sí mismo y no sólo como medio para conseguir un puesto de trabajo. En esto estoy de acuerdo con el artículo (¿cómo no estarlo?), lo que ocurre es que cuando se leen cosas como que el verdadero problema de la universidad es que el sistema está demasiado enfocado a lo práctico, no me queda otro remedio que entender dos cosas: 1) que el autor considera que antes de esa supuesta deriva utilitarista la universidad sí proporcionaba una formación “humanista” en el sentido amplio y sí satisfacía la curiosidad intelectual o el afán de conocer; y 2) que piensa que el verdadero conocimiento no puede nunca ser práctico. Respecto a la primera afirmación, los datos empíricos la desmienten fácilmente, en tanto que la segunda, no es otra cosa que una nueva vuelta de tuerca al espíritu del hidalgo castellano, aquel que consideraba indignas las tareas prácticas. Como le pasaba a Arquímedes.

Arquímedes embarcado. Imagen extraída de www.divulgon.com.ar

Arquímedes embarcado. Imagen extraída de http://www.divulgon.com.ar

Arquímedes era un gran matemático pero además sentía debilidad por los ingenios mecánicos, algo que, en aquellos tiempos, estaba muy mal visto entre las personas de su clase. Inventó multitud de artilugios útiles como el tornillo sin fin, para llevar el agua a zonas elevadas,  y la polea.  También fue suyo el diseño del mayor barco de transporte de la antigüedad así como la formulación matemática de la ley de la palanca y muchas de sus aplicaciones prácticas. Pero si hoy sabemos esto es porque lo contaron otras personas, porque al propio Arquímedes le daba vergüenza dedicarse a actividades tan vulgares como diseñar y fabricar mecanismos  y no se atrevió a escribir nada sobre ellos. Solo hizo una excepción al describir un modelo mecánico del sol, la luna y los planetas, y esto, probablemente, porque era un instrumento sin utilidad práctica y por tanto considerado menos indigno de su condición. No tengo ninguna duda de que a Arquímedes lo guiaba su curiosidad intelectual y su afán de conocer y que disfrutaba enormemente experimentando con sus artilugios. Dos mil trescientos años más tarde, debería sonar ridículo avergonzarse por unos logros intelectuales tan impresionantes. ¿No suena ridículo?

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La casa por el tejado

Es notable el interés que la autodenominada intelectualidad demuestra hacia las expresiones más chabacanas de la cultura popular. Nuestros más afamados eruditos no eluden su responsabilidad social y afilan sus dardos contra los únicos y auténticos culpables de la degradación moral e intelectual que nos aflige, a saber: Belén Esteban y Falete. Tele 5 es un arma cargada de ignominia. El pueblo está embrutecido, ¿quién lo desembrutecerá?

Además de que la extraña fascinación de los intelectuales patrios por personajes a los que supuestamente desprecian merecería ser tratada por un psicoanalista, la triste realidad es que por lo común la gente ya viene embrutecida de casa. Belén Esteban triunfa porque su discurso conecta con el de buena parte de la población. Falete representa la versión catódica y posmoderna del fenómeno de feria: el público se deleita con la ambigua identidad sexual exhibida por el cantante, no con sus méritos musicales. Y así sucesivamente. No se puede culpar a los medios de los gravísimos problemas estructurales que hay en este país. En un lugar serio Punset no podría ser divulgador científico, pero desde luego Don Eduard no tiene la culpa de nuestra tradicional y pertinaz incultura científica. Belén Estaban, Falete y el Gran Hermano surgen como consecuencia de una enfermedad social, no son su causa.

Eso sí, no todo puede ser seriedad y alta cultura, y tampoco sería justo afirmar que aquí tenemos el monopolio de la zafiedad y de la chabacanería. Lo que a mi juicio nos distingue de otros países del orbe civilizado, es que aquí no parece haber una clara correlación entre el nivel de estudios y los intereses de la población. Mi madre solo tiene estudios primarios (y algunos otros de índole práctica propios de las señoritas de la época) y su interés por Belén Esteban es consistente con cero. Sin embargo, en mi centro de trabajo, donde el número de doctores es significativo, no es raro que las conversaciones de cafetería versen sobre sobre temas de similar – o inferior – calado intelectual. A algún alma cándida le he oído decir que esta es la muestra inequívoca de que la española es una sociedad muy igualitaria (a propósito, ya tenemos que ir cambiando la cantinela porque España es ahora el país con mayor desigualdad social de la eurozona). Lo que muestra, me temo, es que la educación superior sigue sin hacer mella en mucha gente; que el sistema educativo no ha cumplido con uno de sus objetivos, (y está por ver si ha cumplido con otros). No se trata de campechanía sino de pobreza cultural.

En conclusión, decir que es necesario que los Faletes del mundo desaparezcan de la parrilla televisiva para educar a las masas populares, es como querer construir una casa empezando por el tejado. Lo que hace falta es un sistema educativo serio y una universidad que no sea una parodia de sí misma. No podemos aspirar a cierta oferta cultural, si no hay una masa crítica capaz de disfrutar de ella. Como decían los geniales Les Luthiers: «Cultura para todos: literatura, artes plásticas, conciertos, danza, dactilografía… para el enriquecimiento cultural de toda la familia. Vea Cultura para todos, en su horario habitual de las tres de la mañana.»

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Saber más por viejo que por maestro

Ha salido en el períodico (aquí, aquí y aquí) que el 86% de los aspirantes a maestro en las últimas oposiciones celebradas en la Comunidad de Madrid no superó una prueba de conocimientos diseñada para un nivel de primaria. Nos cuentan que solo el 7% de los examinados supo decir cuántos gramos hay en dos kilogramos y 30 gramos, y que solo el 2% enumeró correctamente las provincias que atraviesan los ríos Duero, Ebro y Guadalquivir. Debo confesar que no tengo claro si yo misma hubiera sido capaz de nombrar todas y cada una de las provincias en cuestión, si bien yo vi un río por primera vez cumplidos los veinte y no puedo evitar seguir encontrando cierto grado de exotismo en esos accidentes geográficos. En cualquier caso, la prueba hace evidente que el nivel de los graduados en Magisterio es lamentable, aunque para darse cuenta de eso a los señores evaluadores les habría bastado con un simple comentario de texto con el que comprobar si los aspirantes a profesor de primaria eran capaces de hilar dos ideas. No saber que el Duero pasa por Burgos denota cierta ignorancia, no digo que no, pero no creo que sea para tirarse de los pelos. Yo en Magisterio he llegado a ver cosas infinitamente peores, amaneceres más allá de Orión, podríamos decir, y no solo por parte de los alumnos. El hecho de que  existan unas escuelas de educación en las que los encargados de enseñar a otros cómo enseñar, no solo no sean capaces de hacerlo, sino tampoco de evaluar, seleccionar o diagnosticar problemas, es cuanto menos inquietante. Sin embargo no suele haber autocrítica por ese lado. Pero los hechos no son nuevos y no me sorprenden en absoluto. Queda claro una vez más que urge mejorar la formación de los maestros, piezas clave del sistema educativo.  Me uno al coro de ciudadanos escandalizados aunque al mismo tiempo me pregunto  si realmente a la gente le preocupa la preparación de los maestros y de los profesores en general. Me temo que no demasiado.

En primer lugar, existe una especie de acuerdo tácito entre estudiantes  y profesores de Magisterio por el que los primeros no cuestionan nada y los segundos no exigen. Don’t ask, don’t tell. Los títulos académicos siguen vendiéndose bastante baratos en cuanto a exigencia se refiere. Por otro lado, la preparación de los maestros o sus conocimientos no suelen ser tenidos en cuenta por casi nadie. Yo jamás he oído a un padre decir que ha escogido tal escuela para sus hijos porque allí van a tener buenos maestros. Los que quieren —o pueden— elegir suelen hacerlo, bien por cuestiones sociales, ideológicas o religiosas, bien por considerar que un determinado centro ofrece algo diferente, como idiomas o una jornada escolar determinada, nunca pensando que el nivel de sus maestros pueda ser mejor que en otras escuelas. Se puede elegir médico en la Seguridad Social pero no profesor de primaria. Los maestros son intercambiables. También es cierto que el rechazo que ellos mismos han mostrado a todo intento de evaluación profesional objetiva no ha ayudado a mejorar esta idea. Tampoco parece que la preparación sea un criterio determinante en la selección del profesorado. Al sistema público se accede por oposición, lo que en principio no está mal. Ahora bien, no es raro que al final acabe pesando más la experiencia docente que la propia prueba objetiva. No hay que olvidar que los  sindicatos defienden a los trabajadores, no a los parados, y presionan por ahí. Hay intentos de cambiar esta situación y de hecho la prueba que comentamos ahora apunta en ese sentido.  Y no me parece mal aunque el asunto de los ríos lo veo más bien irrelevante. En cuanto a la experiencia, para determinar en qué casos es realmente valiosa haría falta un sistema de evaluación sistemática del profesorado pero como algo así no existe, se trata de una simple medida de tiempo, y ni el tiempo ni la perseverancia aseguran que alguien esté preparado.  Respecto a los centros privados y concertados, hay que estar fuera de este mundo para creer que los conocimientos pesan más que otras cuestiones como los contactos personales o la ideología. Hace poco un compañero me comentaba sin rubor que, pese a que la cosa está fatal, veía factible encontrar trabajo porque lleva muchos años dando catequesis en su parroquia y puede conseguir una recomendación del mismísimo obispo. Así siguen las cosas al sur de los Pirineos, y lo que te rondaré, morena.

Moraleja: el maestro es malo si usted lo deja. O sea, la formación de los maestros seguirá siendo mala mientras a nadie le moleste especialmente que así sea. De vez en cuando se publicarán artículos como el de hoy, algunos se rasgarán las vestiduras, otros escribiremos en  un blog, y poco más.

No viene al caso, pero dejo una canción que siempre me pone de buen humor. ¡Con ustedes la gran Etta James interpretando el éxito de Sonny & Cher «I Got You Babe»!

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Un bosque de autocomplacencia no deja ver el árbol de la ciencia

Así describió Pio Baroja el estado de la universidad española de la época en «El árbol de la ciencia«:

Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmulas prácticas para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente físico y moral. Tales fórmulas, tal especial manera de ver, constituye un pragmatismo útil, simplificador, sintetizador.
El pragmatismo nacional cumple su misión mientras deja paso libre a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece, las ideas y los hechos toman perspectivas falsas.

(…)

El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la realidad e intentara adquirir una idea clara de su país y del papel que representaba en el mundo, no podía.
La acción de la cultura europea en España era realmente restringida, y localizada a cuestiones técnicas, los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia general era hacer creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella y al contrario, por una especie de mala fe internacional.
Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de España, o hablaban de ellas en broma, era porque nos odiaban; teníamos aquí grandes hombres que producían la envidia de otros países: Castelar, Cánovas, Echegaray… España entera, y Madrid sobre todo, vivía en un ambiente de optimismo absurdo. Todo lo español era lo mejor.
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía al estancamiento, a la fosilificación de las ideas.
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. Andrés Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando.
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil.
Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos, y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran. Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador.

(…)

Andrés Hurtado los primeros días de clase no salía de su asombro. Todo aquello era demasiado absurdo. Él hubiese querido encontrar una disciplina fuerte y al mismo tiempo afectuosa, y se encontraba con una clase grotesca en que los alumnos se burlaban del profesor. Su preparación para la Ciencia no podía ser más desdichada.

Cómo no recordar a Baroja al ver este anuncio o al leer este tipo de cosas. Entre  aquellos barros y estos lodos sigue corriendo el río turbio de la autocomplacencia.

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La mano visible del mercado

Estos días circula por internet un texto donde se compara el preámbulo de la Ley Orgánica de Educación (LOE), aprobada en 2006, y el del borrador del Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), recientemente presentado por el ministro Wert.

Del primero destacan lo siguiente:

Las sociedades actuales conceden gran importancia a la educación que reciben sus jóvenes, en la convicción de que de ella dependen tanto el bienestar individual como el colectivo. La educación es el medio más adecuado para construir su personalidad, desarrollar al máximo sus capacidades, conformar su propia identidad personal y configurar su comprensión de la realidad, integrando la dimensión cognoscitiva, la afectiva y la axiológica. Para la sociedad, la educación es el medio de transmitir y, al mismo tiempo, de renovar la cultura y el acervo de conocimientos y valores que la sustentan, de extraer las máximas posibilidades de sus fuentes de riqueza, de fomentar la convivencia democrática y el respeto a las diferencias individuales, de promover la solidaridad y evitar la discriminación, con el objetivo fundamental de lograr la necesaria cohesión social. Además, la educación es el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la constitución de sociedades avanzadas, dinámicas y justas. Por ese motivo, una buena educación es la mayor riqueza y el principal recurso de un país y de sus ciudadanos.

Mientras que del anteproyecto de ley reproducen el siguiente párrafo (que no es el primero):

La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global.

Muchos andan indignados porque dicen que la nueva ley pretende mercantilizar la educación. Y puede que sea cierto, aunque la estrategia del escrito es algo torticera porque digo yo que, puestos a comparar, deberían haber copiado el comienzo del preámbulo del anteproyecto, que es el siguiente:

Los alumnos son el centro y la razón de ser de la educación. El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, criticas, con pensamiento propio. Todos los alumnos tienen un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento. Nuestras personas y sus talentos son lo más valioso que tenemos como país.

Unas afirmaciones que me parecen razonables y que yo podría suscribir perfectamente. Sin embargo, es cierto que en los actuales debates sobre educación aparecen, cada vez más, términos como competitividad, mercado, emprendedor, crecimiento económico… El párrafo en cuestión es un ejemplo. Y me parece muy triste. En primer lugar, no creo que haya que promover la competitividad. O al menos no que haya que hacerlo a toda costa. Quiero decir, que se puede llegar a ser más competitivo bajando los salarios, suprimiendo las vacaciones y aumentando la jornada laboral a diez o doce horas diarias, por ejemplo. O con el despido gratis, como dijo un empresario chino en esta entrevista. Sin embargo, imagino que no es eso lo que queremos. Lo que queremos, supongo, es a vivir bien, entendiendo ‘vivir bien’ como dignamente y con cierto grado de bienestar. Claro que para conseguir este objetivo necesitamos bienes materiales y servicios que son más fáciles de conseguir con algo llamado dinero. Pero el dinero, el crecimiento económico, debería ser el medio, no el fin.Verdad de perogrullo número uno, que con frecuencia se olvida. Cierto es que el anteproyecto de ley habla de promover la competitividad económica mediante la educación, o sea, formando a los ciudadanos para que sean capaces de generar conocimiento y ponerlo al servicio de la sociedad y conseguir ese bienestar del que hablamos. De acuerdo, pero esto ya está inventado, se llama investigación y capacitación profesional, y no hace falta usar la palabra competitividad, que engloba muchas cosas, no todas positivas. En segundo lugar, y ya poniéndome quisquillosa y sacando mi vena hippy, tampoco creo que se deba aspirar al crecimiento económico per se, más que nada porque con un único planeta que explotar, el crecimiento ilimitado es completamente inviable.  Por eso deberíamos buscar el modo de que el conocimiento nos permita lograr un cierto nivel de bienestar con un número limitado de recursos. Yo diría que es el momento de empezar a pensar en el decrecimiento, incluso con la que está cayendo… o precisamente por eso.

Anuncio de Lego. (Imagen extraída de widelec.org)

Builders of tomorrow. Anuncio de Lego. (Imagen extraída de widelec.org)

Volviendo al tema de la educación, creo que es urgente un cambio de paradigma. Con las clases magistrales de profesores de apuntes amarillentos, repetidos año tras año, no vamos a ningún lado. Tampoco con el buen rollo y los talleres de educación emocional. Es necesaria, creo, una educación más orientada a la práctica, de pensar más y repetir menos. Pero, ¡ay! una cosa es esto, y otra supeditar la escuela, o la universidad, al mercado. Los nuevos planes de estudio del grado de Física, e imagino que los de otras titulaciones, incluyen este año prácticas en empresas. Conmigo está trabajando un chico con el que he estado escribiendo software para automatizar cierto proceso. Me ha dicho que ahora, además de estas prácticas, tienen un montón de asignaturas para aprender a manejar distintas herramientas informáticas, e incluso una sobre gestión de proyectos científicos.  Yo estoy encantada con el estudiante, que ha resultado ser brillante y voluntarioso, pero me pregunto en qué le enriquece a él la experiencia. Quiero decir, que si uno se matricula en Física, espera aprender física, que es algo para lo que se necesita tiempo y dedicación. Convertir el grado en una especie de formación profesional es estafar al estudiante, que lo que quería era aprender física, y a la sociedad, que está formando técnicos a precio de titulados superiores. Y sobre todo, es equivocar el camino. Todo avance tecnológico lleva detrás un descubrimiento científico. Por ejemplo, la tecnología actualmente usada en discos duros y memorias está basada en un efecto físico puramente cuántico, la magnetorresistencia gigante, que alguien que sabía física tuvo que descubrir y caracterizar. Supongo que es a este tipo de cosas a las que se refieren los que hablan de competitividad en la economía: vender tecnología electrónica es más ventajoso que vender ropa porque todos pueden coser pero sólo unos pocos inventar. Esto no significa que no hagan falta técnicos cualificados, ni que todos los graduados en Física sean capaces de impulsar avances tecnológicos pero, desde luego, convirtiendo la carrera en una FP no habrá ni uno solo que haga. Digo yo que, consideraciones éticas y filosóficas aparte, la idea es que el conocimiento entre en la empresa, no al revés.

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The knowledge, my friend, is blowing in the wind

«Saber algo es probablemente una idea obsoleta. En realidad no necesitas saber nada. Puedes averiguarlo por tus propios medios en el momento en que lo necesites. El trabajo del profesor es señalar a las mentes jóvenes qué tipo de pregunta deben hacerse. El profesor no tiene que dar ninguna respuesta, porque las respuestas están en todas partes. «

Dicho por Sugata Mitra, catedrático de Tecnología Aplicada a la Educación en la Universidad de Newcastle, Reino Unido, y leído aquí.

Y pregunto yo, ¿el conocimiento generado al encontrar esas respuestas – que están en todas partes – queda también obsoleto? ¿Para qué buscar respuestas si no necesitamos saber nada? El profesor que señala las preguntas a las mentes jóvenes, ¿cómo lo hace, si él mismo no sabe nada? ¿Estamos ante un problema de incompletitud?

Qué manía con que el conocimiento puede ser transmitido por todo el mundo menos por el profesor. No sé si es un problema de autoestima o la constatación de una realidad. En el caso de algunos, es lo segundo seguro.

Ya lo decía Bob Dylan, las respuestas están blowing in the wind. Lo que pasa es que él se refería a otro tipo de respuestas. Me temo.

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Sándwiches de excelencia

A falta de encontrar algo de tiempo para retomar la actividad normal del blog, no me resisto a comentar una noticia con la que me he topado hoy ojeando la prensa local. Incluye el periódico un pequeño reportaje sobre las dos alumnas que han sacado las mejores notas de bachillerato y PAU en la provincia. Las chicas cuentan lo que quieren estudiar, hablan de sus aficiones, sus inquietudes… lo típico. El detalle que me ha parecido  conmovedor a la par que trágico (y que por algún motivo sólo se recoge en la edición impresa del diario) es que la Universidad de La Laguna (ULL) ha prometido regalar a las muchachas, en caso que se matriculen en esa prestigiosa institución, nada más y nada menos que ¡una sandwichera! No ha trascendido ni la marca ni el modelo del electrodoméstico.

Parece ser que desde hace unos años la ULL venía regalando ordenadores a los alumnos más brillantes y que este curso la tradición se ha roto a causa de la crisis económica. Es un orgullo ver como la falta de medios no ha impedido a los responsables de la institución seguir obrando con brillantez y, sobre todo,  con sentido práctico. ¿Estaremos ante un nuevo paradigma pedagógico basado en las TAC (Tecnologías de la Alimentación y el Calentamiento)?   Hoy debemos decir alto y claro que los pequeños electrodomésticos han traído incalculables beneficios a generaciones de estudiantes y sin embargo  hasta ahora habían sido los grandes olvidados del sistema educativo. Quiero dar fe con un testimonio personal: mi vida académica hubiera sido infinitamente más penosa si esta  obra de arte industrial no hubiera entrado en mi cocina hace ya muchos años.

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Ya es definitivo

Sólo a mí se me ocurre encontrar mi vocación justo cuando hay récord de desempleo en un país donde, por otro lado, nunca ha sobrado el trabajo (¿qué pasa en España? ¿es que no hay cosas que hacer?). Claro, que peor era cuando se pasaba «más hambre que un maestro de escuela». O cuando se firmaban estos contratos(*).

(*) El contrato en cuestión parece ser una traduccion literal de un contrato de la provincia canadiense de New Brunswick, aunque otras páginas apuntan a Estados Unidos. En cualquier caso, ni se refiere a España ni se puede decir que fuera la norma para las maestras de la época. (editado)

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