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La banalidad

Al pequeño D. le regalaron un cuento con moraleja: Un niño que va de compras con su madre se emperra en que le compren un juguete; tras mucho insistir y patalear, la madre le explica que no lo va a comprar porque ya tienen muchos juguetes en casa y porque las cosas materiales no dan la felicidad y etcétera, etcétera. Por si la enseñanza no fuera lo suficientemente obvia, el libro trae un apéndice para trabajar los valores (sic). Así, hay una ficha (nota: los valores no sólo se «trabajan» sino que hay que hacerlo con «fichas») con dibujos representando diferentes conceptos y objetos materiales para que el niño coloree los que son necesarios para vivir. No se incluyen detalles sobre qué futuro de desdichas les espera a aquellos que coloreen las figuras incorrectas. Yo, así de entrada, para el autor del libro en cuestión imagino un purgatorio donde haya que colorear una ficha infinitamente extensa mientras una voz en off cuenta chistes y los explica.

El cuento me hizo recordar las clases de «Alternativa a la Religión» de la época en que  hacía las prácticas de Magisterio con niños de primero de primaria, hace algo más de un año. La asignatura no tenía contenidos concretos, lo que explica por qué nadie se había molestado en buscarle un nombre que la definiese, no por lo que no era, sino por los temas que trataba o los objetivos que pretendía. Daba igual. En la práctica los niños tenían que colorear figuras mientras la maestra corregía o adelantaba trabajo que de este modo no tenía que llevar a casa. Por fingir que aquello era educativo se decía que con los dibujos se pretendía trabajar los valores (otra vez sic): en uno se mostraba una clase con un niño saltando, otro sacándose los mocos, otro recostado sobre la mesa y un cuarto escribiendo aplicadamente en un cuaderno, y había que colorear el alumno que se estaba portando bien; en el dibujo de una mesa con hamburguesas, caramelos, manzanas, zanahorias, palomitas, coca-cola y leche, había que colorear los alimentos saludables. Después me enteré de que en la clase de «Alternativa a la Alternativa de Religión», o sea, de Religión, los niños coloreaban figuras del niño Jesús, de la virgen María y de los angelitos del cielo, por lo que deduje que la polémica sobre la inclusión o no de esta materia en los planes de estudio se juega en otras canchas, lejos de las escuelas.

¿Quién en ocasiones trata a los niños como si fueran tontos o molestasen? Colorea la figura.

En aquella escuela la mayoría de los padres seguían mandando a sus hijos a Religión así que aprovechando que en «Alternativa» había pocos niños, convencí a la maestra de que me dejase encargarme de la clase. Desde entonces dedicábamos aquellos cuarenta y cinco minutos a cosas que cualquier pedagogo de bien calificaría de inútiles. Algunos días leíamos poesía y otros los pasábamos hablando de nuestras cosas y, como sucede al narrar cualquier vida humana, las historias que surgían eran tragicómicas: Recuerdo a la pequeña E., hija de unos testigos de Jehová, explicando que algunas tardes iban de casa en casa haciendo proselitismo (aunque ella no usó esa palabra) y que unas veces se aburría y otras sentía vergüenza; y a J., contando unas historias increíbles en las que él mismo no distinguía su vida de los dibujos animados. Otros días jugábamos a inventar adivinanzas de animales (una actividad que por algún motivo les fascinaba) o buscábamos lugares en un mapamundi, como los numerosos países donde había vivido la familia de O., que había nacido en Australia  y tenía padres hippies. Recuerdo que en una ocasión, aprovechando que estábamos en un aula en donde había juguetes, los dejé que jugaran libremente. Yo me llevé una bronca «porque los padres de los niños que están en Religión no pueden enterarse de que en la otra clase los niños juegan» (de nuevo sic), pero los críos lo pasaron estupendamente jugando a «las tiendas»,  con una pequeña balanza y frutas y verduras de plástico, o haciendo puzzles.

Cuento todo esto dejándome llevar por la nostalgia pero sobre todo porque me preocupa la educación que estamos dando a los más pequeños. No sólo es que sea absurdo tratar los valores éticos como contenido académico, totalmente desconectado de la realidad de la vida, sino que se impide a los niños pensar o comunicarse, es decir, se les dificulta ejercer precisamente aquello que nos distingue de los animales. Cuando Hanna Arendt analizó qué tipo de mal estaba detrás del horror nazi, concluyó que no había odio ni perversión y tampoco  patologías o razones ideológicas: lo que lo hizo posible fue la incapacidad de pensar. Refiriéndose a Adolf Eichmann, el criminal nazi sobre cuyo juicio escribió la serie de reportajes que dieron forma al libro «Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal«, Arendt dijo:  “Fue la pura ausencia de pensar —lo que no es poca cosa— lo que le permitió convertirse en uno de los más grandes criminales de su época. Esto es ‘banal’ y hasta cómico, pues, ni con la mejor voluntad del mundo se consiguió descubrir en Eichmann la menor hondura diabólica o demoníaca”. Para Hanna Arendt la condición humana no viene sólo de la conciencia de la propia mortalidad sino que el ser humano es un ser «naciente», entendiendo «nacer» como adquirir la capacidad de comenzar procesos nuevos, de generar nuevas interpretaciones de la realidad. Es sabido que el entrenamiento militar está concebido para que los soldados no tengan que pensar – o generar interpretaciones alternativas de la realidad – sino obedecer órdenes. Uno de mis hermanos, que hizo la mili en la modalidad que antiguamente se llamaba de milicias universitarias o no sé qué, me contaba que el poco tiempo libre que tenían lo debían dedicar a copiar mecánicamente texto de unos manuales militares, para evitar así que alguien tuviera alguna ocurrencia que desbaratase el orden establecido (a raíz de esta experiencia la erudición de mi hermano sobre los tipos de balas no tiene parangón, aunque este no fue nunca el objetivo). Siempre me acuerdo de esta historia cuando veo a los niños coloreando fichas. Quizás sea exagerado decir que la escuela impide el nacimiento del que habla Hanna Arendt, aunque desde luego no ayuda. Y no ayuda, no como consecuencia de un plan diabólico concebido en el Ministerio del Mal sino, sobre todo, por razones terriblemente banales.

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La mano visible del mercado

Estos días circula por internet un texto donde se compara el preámbulo de la Ley Orgánica de Educación (LOE), aprobada en 2006, y el del borrador del Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), recientemente presentado por el ministro Wert.

Del primero destacan lo siguiente:

Las sociedades actuales conceden gran importancia a la educación que reciben sus jóvenes, en la convicción de que de ella dependen tanto el bienestar individual como el colectivo. La educación es el medio más adecuado para construir su personalidad, desarrollar al máximo sus capacidades, conformar su propia identidad personal y configurar su comprensión de la realidad, integrando la dimensión cognoscitiva, la afectiva y la axiológica. Para la sociedad, la educación es el medio de transmitir y, al mismo tiempo, de renovar la cultura y el acervo de conocimientos y valores que la sustentan, de extraer las máximas posibilidades de sus fuentes de riqueza, de fomentar la convivencia democrática y el respeto a las diferencias individuales, de promover la solidaridad y evitar la discriminación, con el objetivo fundamental de lograr la necesaria cohesión social. Además, la educación es el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la constitución de sociedades avanzadas, dinámicas y justas. Por ese motivo, una buena educación es la mayor riqueza y el principal recurso de un país y de sus ciudadanos.

Mientras que del anteproyecto de ley reproducen el siguiente párrafo (que no es el primero):

La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global.

Muchos andan indignados porque dicen que la nueva ley pretende mercantilizar la educación. Y puede que sea cierto, aunque la estrategia del escrito es algo torticera porque digo yo que, puestos a comparar, deberían haber copiado el comienzo del preámbulo del anteproyecto, que es el siguiente:

Los alumnos son el centro y la razón de ser de la educación. El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, criticas, con pensamiento propio. Todos los alumnos tienen un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento. Nuestras personas y sus talentos son lo más valioso que tenemos como país.

Unas afirmaciones que me parecen razonables y que yo podría suscribir perfectamente. Sin embargo, es cierto que en los actuales debates sobre educación aparecen, cada vez más, términos como competitividad, mercado, emprendedor, crecimiento económico… El párrafo en cuestión es un ejemplo. Y me parece muy triste. En primer lugar, no creo que haya que promover la competitividad. O al menos no que haya que hacerlo a toda costa. Quiero decir, que se puede llegar a ser más competitivo bajando los salarios, suprimiendo las vacaciones y aumentando la jornada laboral a diez o doce horas diarias, por ejemplo. O con el despido gratis, como dijo un empresario chino en esta entrevista. Sin embargo, imagino que no es eso lo que queremos. Lo que queremos, supongo, es a vivir bien, entendiendo ‘vivir bien’ como dignamente y con cierto grado de bienestar. Claro que para conseguir este objetivo necesitamos bienes materiales y servicios que son más fáciles de conseguir con algo llamado dinero. Pero el dinero, el crecimiento económico, debería ser el medio, no el fin.Verdad de perogrullo número uno, que con frecuencia se olvida. Cierto es que el anteproyecto de ley habla de promover la competitividad económica mediante la educación, o sea, formando a los ciudadanos para que sean capaces de generar conocimiento y ponerlo al servicio de la sociedad y conseguir ese bienestar del que hablamos. De acuerdo, pero esto ya está inventado, se llama investigación y capacitación profesional, y no hace falta usar la palabra competitividad, que engloba muchas cosas, no todas positivas. En segundo lugar, y ya poniéndome quisquillosa y sacando mi vena hippy, tampoco creo que se deba aspirar al crecimiento económico per se, más que nada porque con un único planeta que explotar, el crecimiento ilimitado es completamente inviable.  Por eso deberíamos buscar el modo de que el conocimiento nos permita lograr un cierto nivel de bienestar con un número limitado de recursos. Yo diría que es el momento de empezar a pensar en el decrecimiento, incluso con la que está cayendo… o precisamente por eso.

Anuncio de Lego. (Imagen extraída de widelec.org)

Builders of tomorrow. Anuncio de Lego. (Imagen extraída de widelec.org)

Volviendo al tema de la educación, creo que es urgente un cambio de paradigma. Con las clases magistrales de profesores de apuntes amarillentos, repetidos año tras año, no vamos a ningún lado. Tampoco con el buen rollo y los talleres de educación emocional. Es necesaria, creo, una educación más orientada a la práctica, de pensar más y repetir menos. Pero, ¡ay! una cosa es esto, y otra supeditar la escuela, o la universidad, al mercado. Los nuevos planes de estudio del grado de Física, e imagino que los de otras titulaciones, incluyen este año prácticas en empresas. Conmigo está trabajando un chico con el que he estado escribiendo software para automatizar cierto proceso. Me ha dicho que ahora, además de estas prácticas, tienen un montón de asignaturas para aprender a manejar distintas herramientas informáticas, e incluso una sobre gestión de proyectos científicos.  Yo estoy encantada con el estudiante, que ha resultado ser brillante y voluntarioso, pero me pregunto en qué le enriquece a él la experiencia. Quiero decir, que si uno se matricula en Física, espera aprender física, que es algo para lo que se necesita tiempo y dedicación. Convertir el grado en una especie de formación profesional es estafar al estudiante, que lo que quería era aprender física, y a la sociedad, que está formando técnicos a precio de titulados superiores. Y sobre todo, es equivocar el camino. Todo avance tecnológico lleva detrás un descubrimiento científico. Por ejemplo, la tecnología actualmente usada en discos duros y memorias está basada en un efecto físico puramente cuántico, la magnetorresistencia gigante, que alguien que sabía física tuvo que descubrir y caracterizar. Supongo que es a este tipo de cosas a las que se refieren los que hablan de competitividad en la economía: vender tecnología electrónica es más ventajoso que vender ropa porque todos pueden coser pero sólo unos pocos inventar. Esto no significa que no hagan falta técnicos cualificados, ni que todos los graduados en Física sean capaces de impulsar avances tecnológicos pero, desde luego, convirtiendo la carrera en una FP no habrá ni uno solo que haga. Digo yo que, consideraciones éticas y filosóficas aparte, la idea es que el conocimiento entre en la empresa, no al revés.

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No le robéis a los niños

Que una mala educación condiciona el futuro de una persona, al no dejarle desarrollar todas sus capacidades, es cosa sabida. Sin embargo, una mala educación puede afectar a niveles mucho más profundos. Y es que creo que se está robando a los niños algo muy importante. Me refiero a la posibilidad de disfrutar aprendiendo, de explorar esa dimensión imaginativa necesaria para comprender el mundo y para soportarlo. Vivimos –hemos vivido– en una sociedad consumista donde lo importante es rodearse de objetos. La alegría se compra. No hay felicidad sin gasto. Los mundos imaginarios son creados por otros, para después ser construidos a medida y ofrecidos como parques temáticos en paquetes con todo incluido. Vivimos  como consumidores, no como ciudadanos, y educamos a los niños en consecuencia. En el colegio donde hice la prácticas llevaron a los niños de sexto –en temporada de clases, para más inri–  a Disneyland® Resort Paris, popularmente conocido como Eurodisney. Algunos salían de la isla por primera vez, y quién sabe cuando volverán a hacerlo al precio que se está poniendo volar, pero no visitaron ningún parque natural, ningún pueblo o ninguna ciudad real: se metieron en una especie de escenario, concebido por los creativos de Disney S.A., donde obtuvieron diversión a cambio de dinero y se llevaron fotos y merchandising en lugar de auténticas vivencias. Yo no voy a decirles a los padres lo que tienen que hacer con sus hijos, pero me parece que la escuela no debería fomentar estas cosas que, como poco, denotan una pobreza cultural alarmante cuyas consecuencias pagarán al final los niños. La infancia ha pasado a ser un segmento del mercado sobre el que se han edificado emporios empresariales y,  como los adultos, los más pequeños han aprendido a valorar los productos, no por lo que son, sino por el estatus que se consigue al poseerlos. Pero si formar consumidores es cuestionable, formar consumidores, cuando deja de haber medios para consumir, es criminal.

Disneyland Paris (imagen extraída de http://www.pequeocio.com)

Porque estamos hablando de niños que crecerán en el país de la eurozona con más desigualdad social, donde los servicios sociales atienden ya a ocho millones de personas, donde una de cada cuatro personas en edad de trabajar está desempleada (una de cada tres en Canarias) y donde un tercio de los que trabajan queda al borde de la pobreza al cobrar a lo sumo el salario mínimo. Esto no quiere decir que echarse en brazos del consumismo desaforado sea bueno mientras haya posibles. Lo que ocurre es que, cuando no los hay, la situación de indefensión de los niños se hace más evidente. No hay nada más irresponsable que educar a un niño para hacerle creer que su propia autoestima depende de tener tal o cual y después arrancárselo o no dejarle acceder a esos bienes cuyo valor se ha sobredimensionado más allá de lo razonable. Por eso me ponen de mal humor los vídeos como el que colgué el otro día, un nuevo ejemplo de publicidad encubierta en supuestos valores educativos. ¿Qué pinta Telefónica en la escuela? Hay que asumirlo: los placeres que se pueden conseguir con dinero cada vez estarán al alcance de menos personas. Ahora podemos seguir alimentando el sistema con consumidores frustrados o cambiar el paradigma y educar para disfrutar de lo que no cuesta nada pero vale mucho.

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Es la educación que quieren

A veces cometo el error de conectarme a los blogs de algunos de los profesores que tuve en Magisterio. Hoy me he encontrado con este vídeo:

Esta es la educación que por lo visto quiere Fundación Telefónica: una educación subordinada al mercado en general y a Telefónica en particular.

A propósito del vídeo me hago las siguientes preguntas dos punto cero:

¿Por qué los abanderados de la educación 2.0 prefieren acudir a encuentros internacionales en lugar de comunicarse a través de la red? ¿Por qué los que más apología hacen de la red 2.0 jamás contestan a los comentario en sus blogs? ¿Qué es exactamente la escuela 2.0? ¿Por qué Telefónica en lugar de rebajar sus tarifas – que son las más altas de Europa – se dedica a patrocinar vídeos de propaganda?

A mi la red me parece una maravilla y reconozco que las (ya no tan) nuevas tecnologías ofrecen herramientas valiosísimas para la enseñanza. Pero no hay necesidad de dedicar una canción al concepto… a menos que se quiera vender algo, claro.

Post post: Hay que reconocer que la canción es pegadiza.

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Bob Esponja® y Hello Kitty® van a la escuela

Hace poco una amiga me contaba que en la escuela infantil de su hija habían bautizado las aulas de los más pequeños como ‘Piolín’ y ‘Hello Kitty’. La niña, que a sus tres años  está completamente obsesionada con la gata japonesa y tiene de todo – desde pijamas hasta galletas – de esa marca, se había cogido un disgusto tremendo porque el azar hizo que le tocara en la ‘Clase Piolín’. Por lo visto hay padres de alumnos de la ‘Clase Hello Kitty’ a los que tampoco les ha hecho gracia el reparto de aulas porque a sus retoños, varones, les había tocado en una clase con nombre de cosas de niñas. ¡Vaya por Dios! ¿Estamos todos locos?

Primero, es francamente inquietante que una niña de tres años valore un producto, no por lo que es, sino por lo que aparenta y por el estatus que consigue al poseerlo. Y es que para ella una mochila no es bonita o fea, es guay o es cutre. Por no hablar de los estereotipos sexistas que muchos productos comerciales fomentan. Hay que decir que esta niña no es, ni mucho menos, una excepción: con demasiada frecuencia la autoestima de los críos y la imagen que se forman del prójimo se basa en los productos que usan, en las marcas que llevan. Naturalmente los expertos en marketing lo saben como también saben que los pequeños son un público – un target – tan vulnerable como fiel. Pero si esto es inquietante, el hecho de que se promueva desde la escuela me parece siniestro, además de que denota una pobreza cultural y un menosprecio a la inteligencia de los niños alarmante. ¿Es que los responsables de esa escuela no conocían – qué sé yo – nombres de flores, de animales o de personajes importantes? ¿Es que es necesario transformar el entorno de los niños en un parque temático continuo? Como me comentaba otra amiga, dar a los niños productos de marca por el valor añadido que tienen en cuanto que signos de diferenciación social, es como ofrecerles tabaco. Pero en lugar de pensar sobre las implicaciones que la incitación al consumismo tiene en los más pequeños, muchas escuelas se limitan a organizar talleres sobre ‘educación del consumidor’.

Tengo que decir que la escuela de la que he hablado es privada. El vídeo que muestro a continuación fue sin embargo creado en un colegio público.

A muchos les ha emocionado. Todos los comentarios que he leído sobre él son elogiosos e incluso un catedrático de cierta facultad de educación lo ha aplaudido vehementemente. Quizás no sepan que que se trata de una copia (¿versión?¿adaptación?) de un anuncio de Coca-Cola®. Yo no puedo dejar de preguntarme hasta que punto es educativo copiar las estrategias publicitarias, es decir, apelar al sentimentalismo – no a la razón – para hacernos llegar un mensaje.  Lo terrible es que el reclamo de Coca-Cola® es muy bonito y nos emociona… al mismo tiempo que nos miente de manera descarada. Si no lo han visto, el anuncio dice cosas como: «Por cada persona corrupta hay 8000 donando sangre». Pues bien, de acuerdo a la ‘Federación española de donantes de sangre‘ en Canarias hubo 72604 donaciones en el 2010 por lo que según Coca-Cola® en las islas hubo sólo 9 personas corruptas ese año. En fin, ojalá tuvieran razón. ¿Por qué los responsables de la escuela del vídeo han escogido la misma estrategia torticera? ¿Por qué dice todo el mundo que este colegio es un ejemplo a seguir cuando en realidad no tenemos elementos para juzgarlo puesto que sólo han hecho publicidad? Dicen que hay razones para creer en una escuela mejor pero no exponen cuáles son (que «muera un hada en el país de Nunca Jamás» no es una razón, es una metáfora vacía de contenido). Aunque supongo que movidos por buenas intenciones, han preferido la apariencia a la realidad y no me parece honesto. ¿O es que ahora la demagogia es un valor educativo?