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La educación nos hace libres… y honrados

Según el investigador sueco Bo Rothstein, existe una clara correlación entre la calidad de los sistemas educativos que distintos países tenían en 1870 y su nivel de corrupción en 2010.

Por calidad del sistema educativo nos referimos en este caso al promedio de los años de escolarización, mientras que el grado de corrupción se ha medido usando el Indíce de Percepción de la Corupción (CPI, por sus siglas en inglés) definido por la organización Transparencia Internacional. Este índice va de 0 a 10 de tal modo que es más pequeño cuanto mayor sea la percepción de corrupción. El efecto se ilustra en la figura que he extraído del artículo «Mass Education, State Building and Equality«, de Uslaner y Rothstein, y editado para señalar —con el círculo rojo— la medida correspondiente a España (entre nosotros: me sorprende que les hayan dejado publicar la figura así, tan chapucera como está).

education1870vscorruption

Nivel de corrupción frente a período medio de escolarización en diferentes países. La imagen ha sido extraida del documento «Mass Education, State Building and Equality«, de Uslaner y Rothstein, y editada para señalar en rojo el punto correspondiente a España.

Creo que se pueden hacer bastantes objeciones al método, pero no deja de ser un resultado curioso. Yo he encontrado el dato en este artículo.

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¿Tenemos remedio?

Viendo los acontecimientos político-criminales que últimamente inundan la vida de este país llamado España – que, por otro lado, nunca ha sido ejemplar -,me pregunto si la educación escolar puede contribuir a mejorar la salud ética de la sociedad o si somos así y ya está.  O sea, ¿tenemos remedio o somos un caso perdido? Y es que es un hecho incontrovertible que la corrupción ha sido tradicionalmente tolerada por un amplio sector de la población. Porque hay que reconocer que, aunque  ahora nos escandalicemos, aquí el escaqueo, el fraude y la picaresca han sido siempre moneda común. No nos olvidemos que este es el país de las cajas B y del ¿con IVA o sin IVA? (IGIC para mis lectores canarios).

¿Por qué esta comprensión a las actitudes corruptas? Se me ocurren varias razones. En primer lugar la nula o escasa tradición política y democrática. Se intenta conseguir ciertos fines mediante  artimañas deshonestas porque, o bien no se conocen los mecanismos de acción política, o bien no se confía en las instituciones. Yo sé de gente que vota una y otra vez al mismo alcalde corrupto porque sabe que por esa misma condición puede conseguir de él algún favor en un momento dado. Es más, hay tan poca cultura democrática, que en ocasiones lo que se piensa favor es en realidad un deber del servidor público al que le interesa que parezca lo primero. En cualquier caso, lo habitual es valorar los intereses individuales, del grupo familiar, o del ‘clan’, por encima de los intereses de la comunidad, sin tener en cuenta que normalmente las actitudes de cooperación son más ventajosas también para los individuos. Del mismo modo, hay quien no percibe  lo público como necesario para el bien general de modo que las trabas morales que normalmente impiden el robo de la propiedad privada desaparecen, o son menores, cuando se trata de bienes públicos. Sin olvidar lo poco que se valora el esfuerzo y el conocimiento como medios para la mejora personal: en el imaginario del pícaro, una persona de éxito es aquella que consigue lo que quiere sin esfuerzo.

Crédito: Sharad Haksar.

Niño retratando las fauces de la corrupción. Crédito: Sharad Haksar.

En este clima, es complicado que la actuación de la escuela sirva para cambiar el modo en que la gente percibe la corrupción. A grandes rasgos, las acciones deberían perseguir la consolidación de actitudes solidarias, participativas y críticas, y la valoración del esfuerzo y de lo público. Fácil de escribir, muy difícil de hacer.

En la escuela se da una curiosa paradoja. Por un lado, la socialización se ha convertido en objetivo prioritario hasta el punto de que a veces da la impresión de que lo único importante es aprender a formar parte de un grupo, a estar siempre a gusto entre una masa de gente. Sin embargo, no se fomenta la colaboración y la ayuda mutua. Se premia la docilidad en medio de un rebaño, no el civismo. En este sentido, sería importante promover iniciativas de participación ciudadana como, por ejemplo, programar actividades en las que los niños preparasen escritos a las administraciones públicas con sus quejas y sugerencias. En cuanto a la actitud crítica (eso por lo que dicen abogar los pedagogos pero que en el fondo tan poco desean), no es otra cosa que el afán de entender y explicar la realidad confrontando lo que se va conociendo con lo que se observa; el intento de actuar movidos por motivos racionales, no emocionales. Es imprescindible entonces una formación sólida en contenidos y en estrategias de razonamiento. Sin esto, difícilmente se puede hablar de educación cívica.

Para finalizar, y tratando de concretar algo más, un tema que siempre me ha escandalizado es el de la alegría con la que nuestras instituciones educativas aceptan la corrupción en forma de plagio académico o de copia en exámenes. Hay por ahí un caso de una profesora de la Facultad de Educación – dando ejemplo – promovida a catedrática aún habiéndose probado que presentó a concurso un proyecto docente plagiado. No debe de ser ni mucho menos un hecho aislado. Es algo gravísimo que se debería tomar mucho más en serio, no sólo exigiendo absoluta corrección y trasparencia en la administración (da vergüenza que haya que recordar este tipo de cosas) sino también en la escuela, imponiendo un estado de tolerancia cero – como se dice ahora – al fraude académico en todas sus formas. Así como es frecuente que las escuelas lleven a cabo campañas de reciclaje y concienciación del deterioro medioambiental (que se combinan sin rubor con todo tipo de actitudes consumistas y derrochadoras – pero este es otro tema) debería haber programas específicos para enseñar a los niños, desde que son pequeños, que hacer trampas está muy feo y que el empleo de chuletas no tiene gracia ninguna. Ser honrado es guay, queridos niños y niñas.

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La fuerza del clan

Ayer venía en El País un artículo donde cinco padres, con niños escolarizados en países diferentes a los suyos de origen, contaban sus experiencias en lo relativo a la educación de sus hijos. No sé hasta qué punto es posible hacerse una idea de los distintos sistemas educativos a partir de datos anecdóticos. Probablemente no lo sea. En cualquier caso, me han llamado la atención las palabras del corresponsal de ‘The Guardian’, Giles Tremlett, sobre el colegio de sus hijos en España:

«Pero uno de los objetivos fundamentales era su socialización. Los niños debían aprender a formar parte de grandes grupos con alegría, estar siempre cómodos en una masa de personas (a menudo ruidosas y metidas en un autocar). Leer en solitario durante el recreo estaba mal visto. Lo importante era formar grupo. «Pensad que todos serán amigos cuando lleguen a nuestra edad», como suspiró una madre mientras los despedíamos.»

Creo que da en el clavo. Mi impresión siempre ha sido que en España hay verdadera obsesión con la integración en el grupo. Se suele ver con desconfianza al que destaca – a menos que lo haga en fútbol o algún otro deporte – y, cuando no se niega directamente la diferencia, la prioridad es que el individuo acabe identificado con la masa. No creo que sea cierto que la escuela pretenda fomentar la originalidad, el pensamiento crítico o la –  llamada ahora pomposamente – excelencia académica. Nunca lo ha sido. De hecho, las evidencias así lo muestran. Hace tiempo que el aborregamiento (bienintencionado) se ha institucionalizado en los centros educativos. Pero así como pienso que el individualismo extremo y la competitividad feroz no son valores que deban promoverse en una escuela democrática, tampoco desde la falsa igualdad es posible alentar actitudes solidarias y cooperativas. Básicamente porque un modelo así no es verdaderamente equitativo, entendido como aquel que permite que cada alumno llegue hasta donde su capacidad y su mérito le permitan. Porque para que esto ocurra, un primer paso – necesario – es aceptar que en las aulas realmente coexisten individuos con diferentes capacidades y no piezas intercambiables de la maquinaria social. La sobrevaloración del grupo nos lleva a un modelo, además de ineficiente, terriblemente insolidario y clasista. Insolidario porque se suele definir más por oposición a otros que por afinidades propias, y clasista porque si no se tienen en cuenta los méritos personales no hay movilidad social posible. Creo que siempre es preferible la amistad a la camaradería; la independencia de criterio al adocenamiento; el civismo a la docilidad.

No son directores de Cajas de Ahorro sino líderes de clanes escoceses (foto extraída de http://www.clancurrie.com)

No sé por qué mecanismo mental, estas consideraciones me han llevado a pensar que la identificación con un grupo, y no tanto con una comunidad más amplia, está detrás de muchos de los problemas de este país conocido como España. Normalmente el español no cree en la sociedad sino en su grupo, ya sea su familia o sus compañeros de colegio. Por eso, mucha gente no ve mal saltarse alguna norma si es por ayudar a un familiar o a un conocido aunque así se perjudique a un tercero (¿quién ve mal pedir a un amigo médico que le cuele en una lista de espera?). Y, por eso, España es el país de Europa donde más trabajadores afirman haber conseguido su empleo gracias a algún contacto personal y no tanto por méritos propios (tenía una estadística al respecto pero desgraciadamente no la encuentro). De hecho, esta es una característica de una sociedad poco desarrollada: es de esperar que cuanto más se sigan devaluando los servicios públicos, más importante será pertenecer a una red social bien conectada. Así, muchos ven fundamental crear estos lazos desde la escuela y es sabido, de toda la vida de Dios, que hay padres que eligen el colegio de sus hijos en función de los compañeros que puedan encontrar en él y no tanto por consideraciones académicas. Y una cosa nos lleva a la otra: de los compañeros de colegio que compran empresas privatizadas – al mejor precio – se llega a los ‘amiguitos del alma‘. Me pregunto igualmente cuántos de los gestores de las Cajas de Ahorros, cuya penosa gestión nos está llevando a todos a la ruina, fueron elegidos simplemente por ser amigos de alguien. No sé si quiero saber la respuesta. Eso sí, para estas cosas, no hay diferencias políticas: como en Escocia, aquí también hay clanes de todos los colores.

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Educar hoy

¿Cómo se puede decir a los niños que la honradez y la justicia son valores a los que aspirar, que tienen que ser honestos en el colegio y en la vida, que con esfuerzo podrán tener una vida mejor, que tienen que ser generosos y solidarios y que son más importantes los derechos humanos que el dinero, sin que a una le dé un ataque de risa (o llanto)?

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