Archivo mensual: marzo 2012

Tapones de plástico

En el vestíbulo de la escuela donde hago las prácticas -pública- hay un cartel pidiendo tapones de plástico para pagar el tratamiento de una niña enferma. En él se muestra la foto de la pequeña, sonriente al lado de un adulto, supongo que su padre. Se nos informa de que la niña sufre una enfermedad rara cuyo tratamiento tiene que llevarse a cabo fuera de las islas y, por lo visto, la Consejería de Sanidad no cubre todos los gastos. Debajo se amontonan ya una decena de bolsas y cajas repletas de tapones. He visto que muchos niños vienen al colegio con bolsitas llenas de tapas de refrescos y zumos. Incluso fue celebrado que un padre, que trabaja en una embotelladora, donase un saco entero, imagino que de tapones defectuosos. Al margen de que dudo que la recogida de plástico sea un medio eficaz para reunir dinero, me parece una iniciativa terrible. Terrible por lo que representa: ¿aceptamos que la vida de una niña dependa de la buena voluntad de la gente? Es que además la imagen no podía ser más simbólica: tapones de plástico, humildes desechos de una sociedad industrial decadente que ha cambiado el agua por la coca-cola. Y en esas sobras, vivo símbolo del consumismo más cutre, está depositada la esperanza de la familia de una niña. Una aterradora metáfora del tipo de sociedad al que nos dirigimos, por no decir el que ya tenemos. No, no hay que donar basura. Hay que dejar de votar a inútiles y, llegado el caso, encadenarse a la puerta de la Consejería hasta que esta familia consiga lo que por derecho les corresponde, que no es otra cosa que un tratamiento decente para una enferma. ¿Acaso no es eso la civilización? Pero ahora resulta que no solo hay que acudir a la beneficencia sino que está jusificado que un padre pierda su empleo por cuidar de una hija enferma, o por enfermar él mismo. Qué pena.

Quizás duela más saber que estuvimos bastante cerca de un verdadero estado del bienestar. Yo casi me había creído que el nivel adquisitivo de una persona no tenía absolutamente nada que ver con su derecho a tener una vida digna. Pero en algún momento algo se torció y decidimos volver a la caridad. El sentido de la justicia y el sentido común -porque en este tema habría mucho que hablar sobre las autonomías, las competencias sanitarias y demás- ha dado paso a la resignación. Miente quien dice que el estado del bienestar es insostenible. Un derroche es  embotellar el agua del grifo, no velar por la salud de la gente. La visión de los tapones de plástico amontonados en un centro escolar me parece penosa e indecente. Por lo que representa. Porque estamos enseñando a los niños que es normal tener que pedir para poder vivir. Que no tenemos ningún derecho, que todo depende de la buena voluntad de unos desconocidos, que si naces pobre tu vida vale menos. Volvemos a los tiempos de Dickens y de las hermanitas de la caridad. Qué pena más grande. Qué pena.

Entradas relacionadas

Reflexión sobre la huelga y el sistema educativo

A la escuela donde hago las prácticas van otros cinco estudiantes como yo, todos más jóvenes, aunque casualmente algo mayores que el alumno promedio de tercero de carrera. Sé que al menos dos de los chicos han retomado los estudios después de haber trabajado un tiempo en el sector turístico. Pronto nos darán el título así que es previsible que este verano todos empiecen a buscar empleo o a preparar oposiciones. Vamos, que los problemas laborales no les deben de ser ajenos. Pues bien, cuando les pregunté, hace cosa de una semana, si irían al centro el día de la huelga, manifestaron no tener ni idea de por qué se convocaba ni saber qué era eso de la reforma laboral. ‘Yo es que paso de esos rollos’, dijo uno. Es más, tampoco sabían qué era una huelga: a una le causó asombro saber que los trabajadores en huelga no cobran el día no trabajado y otro preguntó si era voluntaria, o sea, si uno era libre de ir a trabajar si quería. Menos mal que son todos nativos digitales(*) y que las nuevas tecnologías han posibilitado el advenimiento de un nuevo tipo de ciudadano más informado y crítico.

Ya sé que una anécdota no es generalizable. También sé que hay gente igual de desinformada, o más, de toda edad y condición (así nos luce el pelo). Pero resulta que la generación de mis compañeros es considerada por los medios como la más preparada de España. Yo creo que son la prueba viviente del fracaso del sistema educativo.

No hace falta decir que lo terrible no es que puedan tener una opinión diferente a la mia, sino el hecho de no ser capaces de formar ninguna en absoluto.

(*) Me he enterado de que los términos ‘nativo’ e ‘inmigrante digital’ están desfasados. Ahora los expertos en TIC hablan de ‘residentes’ y ‘visitantes’ (como los del grupo ‘Calle 13‘ – no sé si se han dado cuenta).

Entradas relacionadas:

Cerrado por huelga…

… aunque ya llevaba cerrado unos días por exceso de trabajo. Qué ironía.

Verde que te quiero verde

Esta entrada no tiene nada que ver con García Lorca. «Verde que te quiero verde» es el título de un documental del realizador David Benavente en el que se muestra el día a día de un colegio chileno. Casi tan interesante como la película son los comentarios que se hacen al final, entre ellos, los de Inger Enkvist.

En particular, Inger Enkvist habla de la película en este interesante documento:

La imagen que entrega el documental es seductora a primera vista. Casi parece idílica: un profesor de buena voluntad y con mucho corazón, niños tranquilos y contentos y madres entusiastas. El profesor merece un elogio por haber logrado un clima de estudio y de participación. Sin embargo, también se advierte que el profesor está influido por las modas pedagógicas porque afirma que el conocimiento lo construyen los alumnos, a pesar de que se oye decir en el video que los datos sobre el león los han sacado Roberto y su mamá del internet. Pero los espectadores no sabemos si la presentación de Roberto pertenece o no a un estudio sistemático de los animales y si va a haber repaso de los datos. Es decir, a partir de lo que vemos es imposible saber si se trata de un método eficaz de usar el tiempo de los alumnos. Como suelen hacer los profesores que han recibido una formación durante los últimos decenios, el profesor privilegia que los niños elijan sus enfoques y que practiquen el arte de hacer presentaciones. Posiblemente piensa que así los alumnos aprenden mejor. Sin embargo, esto no está probado. También despiertan dudas la variedad y poca profundidad de los temas que se trabajan en los posters. Da la impresión de una falta de cohesión en el planteamiento de la tarea. Podría pensarse que la actividad se hace porque es divertida más que como la conclusión de un trabajo serio. También hay que volver a subrayar que los datos entregados por el video no nos permiten pronunciarnos sobre el efecto a largo plazo de lo que vemos. Lo que el espectador puede ver es un ambiente y unas actividades, no los conocimientos a largo plazo de los alumnos.

Entradas relacionadas:

Una propuesta para Educación para la Ciudadanía

Uno de los grandes problemas que tenemos en España es que no sabemos debatir. Quien tenga la costumbre de seguir los comentarios de los periódicos digitales o los foros más populares de internet, sin duda habrá notado  como la cosa enseguida degenera a una suerte de punchinbol dialéctico entre dos posiciones preestablecidas, que nada tiene que ver con un auténtico debate. Lo normal es posicionarse en un bando (‘facha’ o ‘progre’, por ejemplo) y adoptar acríticamente el ideario completo del bando en cuestión. La técnica tiene dos ventajas fundamentales: no es necesario pensar,  pero al mismo tiempo permite a los interlocutores opinar sobre asuntos que ignoran por completo (¿para qué estarse callado pudiendo hablar?). Si se trata el tema de la  energía nuclear, pues ahí están unos y otros sentando cátedra sin conocer siquiera los rudimentos básicos de la física atómica. Así las cosas, pocos tienen interés en aprender de los conocimientos ajenos. La disensión, dentro de cada facción de opinión, es vista como afrenta personal, como una traición a ‘los nuestros’, y no como un ejercicio intelectual. Pero expresar con vehemencia una opinión razonada – ya sea con mucho o poco acierto – no tiene por qué suponer tener ánimo belicoso o agresivo, ni mucho menos ser inmodesto, como me dijo un profesor a propósito de este blog. Con frecuencia las discrepancias se llevan al terreno personal y eso es un error. Así, al final, las decisiones se suelen tomar por motivos emocionales más que racionales, algo especialmente grave en una sociedad democrática donde las elecciones individuales tienen consecuencias en la vida de todos. Tanto es así, que los políticos ya prácticamente no se molestan en debatir. ¿Para qué?

Club de debate de la Universidad de Washington en 1885. Imagen extraída de content.lib.washington.edu (créditos en la foto).

Por todo esto, creo que sería conveniente introducir en los curriculum escolares una asignatura de debate, al estilo de esos clubs que vemos en las películas americanas. Como ya los niños están sobrecargados de materias, una buena opción podría ser sustituir la Educación para la Ciudadanía, que tanto pseudodebate estéril ha suscitado – de hecho, lo ocurrido con esta asignatura es un buen ejemplo de confrontación irracional -, por clases de debate.  Así creo que sí se fomentaría realmente el sentido crítico (eso que a ciertos pedagogos les gusta tanto y que tan poco practican). De hecho, una buena discusión – que no pelea – precisa de una formación sólida en contenidos y en estrategias de razonamiento. Argumentar bien requiere transformar la información en auténtico conocimiento relacionándolo con lo que uno ya conoce y con lo que observa, para tratar así de entender y explicar la realidad. O sea, requiere que el aprendizaje sea significativo. Un buen debate nos obliga también a pensar, a ordenar las ideas y por supuesto a expresarnos correctamente. En cuanto a contenidos «actitudinales» –  un término que creo que ya pasó de moda aunque no estoy muy segura – está claro que el sano desacuerdo ayuda a respetar al interlocutor, y no solo sus opiniones, escuchando y guardando ordenadamente los turnos de palabra. Estos dos últimos puntos deberían ya venir de casa – como lo de no hablar con la boca llena – pero no es así. Obviamente, con los más pequeños no se puede plantear un debate complejo pero sí realizar actividades que los ayuden a hablar pausadamente sin atropellarse, a no interrumpir y, en definitiva, a dar  valor a la palabra. Como dijo Gorgias, «la palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas.»

Entradas relacionadas:

Viejas tecnologías (III)

Conversación entre el consejero de educación de Canarias y un niño, grabada a micrófono abierto (imagen extraída de archipielagomachango.com).

El otro día fuimos con los niños de Primero a la sala de ordenadores para que practicaran las sumas con un programa didáctico preparado al efecto. Se dedicaron a apretar botones a lo tonto. Curiosamente, ninguno construyó el concepto de suma ni el algoritmo de la adición.

Entradas relacionadas:

Lo que escriben los expertos

Durante las prácticas hay que llevar un diario contando lo que hacemos en el colegio. Se usa un formulario web donde el profesor puede también escribir  comentarios. Esto es lo que me ha escrito hasta ahora (copiado tal cual con el ratón):

«Bueno… espero que hayan cambios significativos a partir de ahora, sino te vas a aburrir.»

Como dijo Demóstenes: sufro, sufro, sufro, sufro.

Entradas relacionadas:

Un cuento triste

El otro día la maestra leyó a los niños de primero un cuento con el sugerente título de «Un culete independiente». Trata de un niño al que cada vez que se porta mal su mamá le pega en el ‘culete regordete’. Como el niño es muy travieso, el culo recibe mucho. Tanto, que un día se harta de tanto sufrir y decide independizarse. El niño cambia de actitud cuando se da cuenta de que vivir sin culo es complicado. Al final el culo regresa y colorín, colorado. El libro completo se puede leer por ejemplo aquí.

Portada de "Un culete independiente", un libro de José Luis Cortés, editado por SM (la imagen está extraída de tallerdecuentosjuandeherrera.blogspot.com)

Hay que reconocer que a los chiquillos les encantó la historia. Ya se sabe que todo lo que tenga la palabra ‘culo’ es un éxito asegurado (¿subirán las visitas al blog?). Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo desafortunado de un cuento que muestra como natural, bueno y gracioso que una madre le pegue a su hijo. No me considero una persona muy tiquismiquis. El exceso de corrección política, de hecho, me suele parecer una cursilada. Pero creo que este es un tema más serio. Me parece muy lamentable que el castigo físico, aunque sea en ‘el culete regordete’, se vea como algo normal y no como una manifestación momentánea de ira irracional, que es lo que debería ser, en caso de ser algo. Ya solo el dibujo de la portada me parece ofensivo por lo que tiene de humillante para un niño. No me gusta este cuento y el que se haya leído en la clase es una muestra más de incoherencia educativa. A ver con qué autoridad moral dices después que los conflictos hay que resolverlos hablando y no sé qué.

Últimamente todo me parece mal. Estoy empezando a preocuparme.

Entradas relacionadas:

Soneto pedagógico

He escrito un pequeño divertimento poético que dedico cariñosamente a los pedagogos que he conocido últimamente:

Pedagogo, ¡oh padre de las ciencias!,
visionario, burocrático alquimista,
que tu genio y el de Ausubel nos asista
y podamos evaluar por competencias.

El maestro no ejerce la docencia
convertido en mediador constructivista,
con las TIC fácilmente se conquista
la cumbre más alta de la sapiencia.

Si el sistema escolar fuera nocivo,
si los niños no usasen la cabeza,
y fuera un desastre el informe PISA.

Será que no seguimos con firmeza
los dictados del experto educativo:
si lo ha dicho un pedagogo, pues va a misa.

Entradas relacionadas:

Provincianismo pedagógico

Una de las cosas que escucho habitualmente a los pedagogos que me rodean, en obra o presencia, es que la escuela ha de tratar siempre temas cercanos a la realidad de los niños. Y digo yo que relacionar los conceptos nuevos con hechos que éstos ya conocen es pedagógico – y hasta necesario-, como también es deseable que los niños conozcan su cultura y su entorno más próximo. Nada que objetar. Sin embargo, me da la impresión de que la cosa se está llevando al extremo – creo que fundamentalmente por razones políticas – hasta el punto de confundir el legítimo deseo de dar valor a la cultura local con el provincianismo más estrecho. Por ejemplo, en el seminario del otro día (las clases son un filón de temas para el blog – si lo sé voy antes) se habló de que no tiene sentido tratar en las aulas la historia de Grecia y Roma sin enseñar primero la historia del barrio. ¿De verdad? ¿Y no puede ser que para entender la historia del barrio sea necesario tener cierto sentido de la historia de occidente? Dicen los pedagogos que los niños encuentran más motivación si en el colegio se tiene en cuenta su día a día. Sin embargo a mí, que me crié en un barrio obrero de escasa personalidad e inexistente vida cultural, no me hubiera motivado en absoluto estudiar las características de mi vecindario, fundamentalmente porque ya las conocía y no eran particularmente interesantes. Lo paradójico es que el objetivo de acercar la escuela a la experiencia de los niños difícilmente se puede cumplir porque no es su realidad la que se incorpora a los currículum escolares, sino una suerte de costumbrismo más próximo a la vida de los campesinos del siglo XIX que a la realidad de hoy: los niños que yo conozco no ayudan a sus padres con las plataneras y las cabras sino que los acompañan al Carrefour, etcétera. Así que ya puestos a hablar de experiencias ajenas a los niños, y dado que no tenemos tres vidas, mejor sería centrarse en lo fundamental; y lo fundamental, creo, es abrir la mente infantil a otras realidades para ampliar horizontes. ¿Tiene sentido leer en la escuela libros de autores locales bastante regulines habiendo todo un mundo de clásicos por descubrir? Me cuesta entender que en la carrera haya sido obligatoria una asignatura cariñosamente bautizada por mí como ‘folclorismo’ (en realidad tenía un nombre mucho más pomposo) mientras que por ejemplo literatura y física eran optativas y biología o historia ni siquiera se ofertaron.

Indestructible aldea gala según Goscinny y Uderzo. Incluso los galos conocían a los romanos, lo que pasa es que no les gustaban (imagen extraída de enfinyetcetera.blogspot.com)

Lo anterior no quiere decir que me avergüence de mis raíces y que reniegue de ellas (tampoco estoy orgullosa – estas cosas dependen del azar, sin más). Lo que ocurre es que me escama que las loas a la vida del barrio y a los referentes culturales más cercanos suelan venir de gente de entornos culturalmente ricos (al menos más  ricos que los de los niños a los que pretenden educar), con acceso a todo tipo de libros y buen cine, con la posibilidad de ir a conciertos, de viajar, de conocer gente interesante… Hay niños que solo conocen el mundo a través de la televisión y me parecería muy injusto no ofrecerles estímulos para acercarlos a la cultura, con mayúsculas. Esto por un lado. Por otro lado, es evidente que la exaltación institucional del folclorismo responde a los intereses de los caciques políticos locales que pretenden seguir manteniendo su influencia apelando al sentimentalismo nacionalista (regionalista o insularista – da igual) del pueblo. Y al menos en estas latitudes subtropicales lo consiguen. Vaya si lo consiguen.

Entradas relacionadas: