A los que piensan que los maestros no son más que cuidadores de niños; a los que dicen que deben ser mediadores o curadores de contenidos; a estos que, en nombre de no sé qué libertad, dudan de que la escuela deba ser obligatoria y a aquellos que, en nombre de no sé qué mercados, dudan de que deba ser gratuita; a los que declaran que el único objetivo de la escuela es la formación humana, como si olvidando la dimensión intelectual de la persona fuera posible tal cosa… yo les haría leer el libro «El primer hombre» de Albert Camus, del que ya he hablado en este blog.
Ahora nos escandalizamos – con razón – por los recortes en la escuela pública, pero lo cierto es que ya hace tiempo que nos habíamos olvidado de que un sistema educativo de calidad es imprescindible para conseguir la movilidad social real y de paso – o como consecuencia – avanzar como sociedad en todos los sentidos. La educación es sobre todo un asunto de generosidad. Generosidad en lo que respecta a los recursos, sí, pero generosidad humana e intelectual también. El maestro debe hacer sentir a los niños que son dignos de descubrir el mundo, citando a Camus. Y además, queridos políticos y pedagogos de cuello blanco, hay que tener humildad para reconocer el talento ajeno, aunque así colaboren a conseguir que los hijos de las clases populares acaben ocupando sus despachos oficiales o sus cátedras universitarias. Ustedes hablan de igualdad pero hay que entender clasismo. Hablan de libertad y hay que entender mansedumbre. No, no se trata de elegir entre educación y libertad. Sin educación, no hay libertad; y la libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres, como dicen que dijo Manuel Azaña. Precisamente por eso, Albert Camus se refería a sí mismo como el ‘primer hombre’ y, por esta razón, estuvo siempre agradecido al maestro que lo ayudó. A este maestro, llamado Louis Germain, dedicó Camus el discurso del Premio Nobel que ganó en 1957. Unos días más tarde, le escribió esta carta (que a mí me emociona bastante, qué le vamos a hacer):
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Lo abrazo con todas mis fuerzas.
Albert Camus.
Hay sobre este mismo tema un árticulo de Manuel Vicent que recomiendo leer y del que extraigo unas líneas:
En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un niño superdotado que se encontró con un buen maestro como el señor Germain. (…) En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un maestro de escuela que un día puso la mano en el hombro de ese niño e hizo todo lo posible para que su talento no se desperdiciara. Convenció a los padres, pobres y analfabetos, de que su hijo debía estudiar y lo preparó personalmente para el ingreso en el instituto.
¿Y los que no somos superdotados? Todos necesitamos oportunidades para desarrollar el talento que sin duda tenemos. Además, también sería una inmensa pérdida para nosotros no poder disfrutar de la obra de autores como Albert Camus. Pocas profesiones hay más bonitas que la de maestro de escuela porque en cualquier tiempo, en cualquier lugar… ¿y por qué no puede ser siempre, en todo lugar?
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