Lugares comunes

Esta página pretende ser un cuaderno de lugares comunes digital. Espero que de él salgan cosas interesantes.

La recomendación de Erasmo para que cada lector tenga un cuaderno de citas memorables fue obedecida amplia y entusiásticamente. Estos cuadernos que se dieron en llamar ‘libros [de lugares] comunes’ o simplemente ‘lugares comunes’, se convirtieron en adminículos imprescindibles para la escolarización del Renacimiento. Todo estudiante llevaba uno. En el siglo XVII su uso se había extendido más allá de la escuela. Los lugares comunes se consideraban herramientas necesarias para el cultivo de una menta educada. En 1623, Francis Bacon observó que ‘dificilmente puede haber algo más útil’ como ‘sólida ayuda para la memoria’ que ‘una buena y sabia recopilación de lugares comunes’. Al ayudar a grabar obras escritas en la memoria, escribió, un lugar común mantenido al día ‘dota de materia a la inventiva’

Nicolas Carr, «Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?«, Ed. Taurus, pág. 218


“Esto me parece absurdo, luego no lo entiendo bien”

Una maravillosa muestra de respeto por la inteligencia ajena. Lo dijo por Ruth Benedict cuando estudiaba la cultura japones. Yo lo he leido aquí.


No comprendo a los astrónomos. ¿Cómo ninguno de ellos se vuelve loco o se suicida? Imagino que son hombres sin fantasías y sin dignidad, incapaces de sentir el insulto permanente de las constelaciones refugiadas en el fondo de los desiertos del espacio. Midiendo y calculando se ilusionan tal vez, pensando que dominan el cielo o al menos que son admitidos como huéspedes.

Pero el hombre verdadero no puede experimentar ante la vorágine esparcida de los fuegos viajeros, más que ira o terror.

Giovanni Papini en «Gog». No todos estamos preparados para conmovernos profundamente con la maravilla. Quizás sea una bendición.


Vivíase aquí en una especie de limbo intelectual mezcla de indiferencia y de incultura irredimibles. Irredimibles porque, ignorándolo todo, lo despreciábamos todo también (…). Las escasas ideas se paseaban por el cerebro de los españoles como los guardias del orden por las calles, por parejas. Aquí no se concebían más que dos cosas: blanco o negro, tuerto o derecho, chico o grande. Y si alguien pretendía colocar una tercera noción, la ideal del matiz, la de un justo medio, entre la simple simetría de los pares, anatema sit. Sagasta y Cánovas; Calvo y Vico; Lagartijo y Frascuelo… (…) Todo tenía que ser por pares y donde no los había se inventaban.
Por la ancha calle baldía que estas dos hileras de faroles simétricos y antagónicos dejaban en medio, la holganza y la incultura – incultura e incultivo, mental y material – arrastraban a este grande y desdichado pueblo a los más crueles desengaños.

Ya había dedicado una entrada a este texto pero creo que merece también figurar en el cuaderno de lugares comunes porque describe de manera terriblemente certera la sociedad española de ayer y de hoy. Lo escribió Manuel Machado en 1910, refiriéndose al final del siglo XIX. Triste ironía que el propio Machado se viera a sí mismo, casi treinta años más tarde, a un lado de la ancha calle baldía: mientras escribía loas a Franco, su hermano Antonio moría en el exilio tras una penosa huida. Yo lo he leído en «Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado» de Ian Gibson.


La palabra es un poderoso soberano, que con un pequenísimo e invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión.

Se equivoca quien no valora suficientemente el poder de la palabra. Ya lo dijo  Gorgias en «Elogio de Helena» (yo lo he leído aquí).


Enemigo de la guerra
y su reverso, la medalla
no propuse otra batalla
que librar al corazón
de ponerse cuerpo a tierra
bajo el paso de una historia
que iba a alzar hasta la gloria
el poder de la razón
y ahora que ya no hay trincheras
el combate es la escalera
y el que trepe a lo mas alto
pondrá a salvo su cabeza
Aunque se hunda en el asfalto
la belleza…

(…)

Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo,
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza…

De la preciosa canción de Luis Eduardo Aute «La belleza». Qué tentación la de decir «ellos se lo pierden» a quienes pasan por la vida sin siquera acercarse a la belleza. Ojalá fuera tan simple.


Habían encendido un fuego para asar un buey, y ahora daba tanto calor que uno sólo podía acercare por barlovento, y aun así, no sin precaución. Con el mismo espíritu derrochador, habían preparado, creo, triple cantidad de lo que podíamos comer; y uno de ellos, con una estúpida risotada, arrojó las sobras al fuego, que crepitó y se avivó otra vez con este inusitado combustible. En mi vida había visto hombres más despreocupados por el mañana; «de la mano a la boca» es la única expresión que puede describir su norma de vida; y aquel despilfarro de alimentos, y el hecho de que se durmiesen los centinelas, aunque fuesen lo bastante decididos como para emprender una acción y jugárselo todo en ella, me hicieron ver su completa ineptitud para llevar a cabo algo así como una campaña prolongada.

R.L. Stevenson en «La isla del tesoro», una novela maravillosa que no había leído hasta ahora. Nunca es tarde. Cuando una lee un párrafo como el anterior y automáticamente se le vienen a la cabeza los políticos de su país y cierto sector de la sociedad, es que algo va mal. Terriblemente mal.


Es imposible convencer a alguien mediante razonamientos de que cambie una convicción a la que no ha llegado mediante el razonamiento.

Karl R. Popper. Yo lo he leído e internet pero no recuerdo exactamente dónde.


Las costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo.

El pueblo no tenía el menor sentido social; las familias se metían en sus casas, como los trogloditas se metían en su cueva. No había solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los domingos a misa.

Por falta de instinto colectivo, el pueblo se había arruinado.

En la época del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin consultarse los unos a los otros, comenzó a cambiar el cultivo de sus campos, dejando el trigo y los cereales y poniendo viñedos; pronto el río de vino de Alcolea se convirtió en río de oro. En este momento de prosperidad, el pueblo se agrandó, se limpiaron las calles, se pusieron aceras, se instaló la luz eléctrica…; luego vino la terminación del tratado, y como nadie sentía la responsabilidad de representar al pueblo, a nadie se le ocurrió decir: «Cambiemos el cultivo; volvamos a nuestra vida antigua; empleemos la riqueza producida por el vino en transformar la tierra para las necesidades de hoy.» Nada.

El pueblo aceptó la ruina con resignación.

-Antes éramos ricos -se dijo cada alcoleano-. Ahora seremos pobres. Es igual: viviremos peor; suprimiremos nuestras necesidades.

Aquel estoicismo acabó de hundir al pueblo.

Era natural que así fuese; cada ciudadano de Alcolea se sentía tan separado del vecino como de un extranjero. No tenían una cultura común (no la tenían de ninguna clase); no participaban de admiraciones comunes: sólo el hábito, la rutina, les unía; en el fondo, todos eran extraños a todos.

Pio Baroja en «El árbol de la ciencia». Releyendo el libro me he encontrado con este texto que no recordaba. Cambiando la misa y el casino, por los bares y el fútbol, y los viñedos por la construcción, tenemos una radiografía de la España actual. Otra prueba de que no hemos cambiado demasiado.


Al circuito de la imaginación se le enseña a reaccionar ante la más pequeña de las señales. Un libro es una ordenación de menos de treinta símbolos fonéticos, diez números y unos ocho símbolos de puntuación, y la gente puede presenciar la erupción del Vesubio o la batalla de Waterloo con sólo pasar los ojos por encima. Sin embargo, los maestros y los padres ya no tienen necesidad de construir estos circuitos. Ahora hay espectáculos producidos profesionalmente con grandes actores, escenarios muy convincentes, sonidos y música. Ahora tenemos autopistas de la información. Necesitamos esos circuitos tanto como saber montar a caballo. Aquellos a los que nos construyeron circuitos de la imaginación podemos mirar a la cara de alguien y ver historias; para los demás, una cara es sólo una cara.

Kurt Vonnegut en “Un hombre sin patria“ escribió esta maravillosa descripción del libro y del acto de leer.


Al capitalismo le debemos el gran progreso que nos trajo desde las monarquías absolutas hasta las democracias surgidas de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Pero si bien el liberalismo de mercado nos dio más libertad, aun a costa de mayor desigualdad, y si el comunismo favoreció la igualdad, con merma de la libertad, ninguno de los dos ha progresado ni siquiera hacia la solidaridad, ya que no a la lejana meta de la fraternidad. Al contrario, al poner el énfasis en el individuo, el capitalismo mercantil socavó los sentimientos de comunidad propios de las sociedades tradicionales y los sigue socavando en el Tercer Mundo sometido a su influencia; mientras el comunismo sólo consiguió imponer una solidaridad forzosa, triste simulacro de la que debe ser interna y auténticamente vivida.

José Luis Sampedro, de su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Este debería ser el siglo de la fraternidad, pero ya hemos empezado mal.


Saltó al vacío desde su castillo en el aire.

Frase dicha por Fernando Arrabal, no sé cuándo ni en qué contexto. Genial.


Uno puede dar lo que no tiene. Por ejemplo, una persona puede dar felicidad y no ser feliz. Puede dar miedo y no estar aterrado. Y puede dar sabiduría y no tenerla. Todo es tan misterioso en el mundo…

Jorge Luis Borges


Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad solo es impaciencia del corazón para liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.

Stefan Zweig, en «La impaciencia del corazón»


– ¿Cómo va el Diccionario? – preguntó Winston, levantando la voz para vencer el ruido.

– Va despacio – contestó Syme – . Estoy con los adjetivos. Es fascinante.

(…)

– La undécima edición es la definitiva  -dijo-. Estamos dando al lenguaje su forma final, la forma que tendrá cuando nadie hable otra cosa. Cuando hayamos terminado, la gente como tú tendrá que volver a aprenderlo. Me parece que crees que nuestra tarea fundamental es inventar nuevas palabras. Pues nada de eso. Estamos destruyendo palabras, cantidades ingentes, cientos de ellas cada día. Estamos dejando el lenguaje en los huesos. La undécima edición no contendrá ni una sola palabra que pueda quedarse anticuada antes del 2050. (…) La destrucción de las palabras es algo muy hermoso. Desde luego, el gran despilfarro está en los verbos y adjetivos, pero hay cientos de sustantivos de los que también nos podemos librar. No se trata sólo de los sinónimos, sino también de los antónimos. Después de todo, ¿qué justificación tiene una palabra que es simplemente lo opuesto de otra? Una palabra contiene en sí misma su contraria. Fíjate, por ejemplo, en la palabra bueno. Si tenemos la palabra bueno, ¿para qué necesitamos una como malo? Nobueno sirve igual. En realidad, mejor, porque es exactamente su opuesta, y la otra no. O si, por el contrario, quieres una forma superlativa de bueno, ¿qué sentido tiene contar con toda esa retahíla de vaguedades inútiles como excelente, espléndido, y otras por el estilo? Plusbueno cumple la misma función, o, si quieres algo todavía más fuerte, biplusbueno. Sé muy bien que ya usamos esas formas, pero en la versión definitiva de neolengua, éstas serán las únicas que haya. Al final, los conceptos de bondad y maldad se podrán expresar con sólo seis palabras, que en realidad se reducen a una. ¿No te das cuenta de la belleza que ello entraña, Winston?

[…]

– ¿No te das cuenta de que el objetivo último de la neolengua es reducir la capacidad de pensamiento? Al final lograremos que el crimen del pensamiento sea literalmente imposible, porque no habrá palabras con las que expresarlo. Cualquier concepto que alguna vez haya existido se expresará con sólo una palabra, con su significado rigurosamente definido y todas las acepciones secundarias eliminadas y olvidadas. En la undécima edición ya estamos a punto de conseguirlo, pero el proceso continuará mucho después de que tú y yo hayamos muerto. Cada año que pasa habrá menos palabras y los límites de la consciencia serán cada vez más estrechos. Por supuesto que ni siquiera ahora hay motivos ni excusas para cometer crimen del pensamiento. Es simplemente una cuestión de autodisciplina, de control de la realidad. Pero cuando lleguemos al final ni siquiera necesitaremos eso.

George Orwell en 1984. Aterradora fábula sobre el poder de la palabra y el control social. Estos párrafos deberían ser de lectura obligatoria en los institutos de secundaria antes de empezar las clases de lengua.


Pero, sin duda, no es posible tratar ningún problema humano sin tomar una actitud: la misma manera de plantear los problemas, y las perspectivas adoptadas, suponen una jerarquía de intereses; toda cualidad envuelve valores; no hay descripción pretendidamente objetiva que no se levante sobre un plan ético. En vez de intentar disimular los principios que se sobreentienden más o menos explícitamente, vale más plantearlos primero; así no nos encontraremos obligados a precisar en cada página qué sentido se le da a las palabras superior, inferior, mejor, peor, progreso, regresión, etcétera. (…) Si pasamos revista a algunas de las obras dedicadas a la mujer, vemos que uno de los puntos de vista adoptados más comúnmente es el del bien público, el del interés general: en verdad, cada uno entiende con esas palabras el interés de la sociedad tal cual desea mantenerla o establecerla. (…) Pero tampoco confundimos la idea del interés privado con la de la felicidad; ése es un punto de vista que también se encuentra muy a menudo: ¿las mujeres del harén no son más dichosas que una electora? El ama de casa ¿no es más dichosa que la obrera? No se sabe muy bien qué significa la palabra dicha, y menos aún qué valores auténticos recubre; no hay ninguna posibilidad de medir la dicha de otro, y siempre es fácil declarar dichosa la situación que se le quiere imponer: a quienes se condena al estancamiento en particular se les declara felices bajo el pretexto de que la dicha es la inmovilidad. (…) Todo individuo que tiene el cuidado de justificar su existencia, la siente como una necesidad indefinida de trascenderse. Ahora bien, lo que define de una manera singular la situación de la mujer es que, siendo una libertad autónoma, como todo ser humano, se descubre y se elige en un mundo donde los hombres le imponen que se asuma como el Otro; pretenden fijarla como objeto y consagrarla a la inmanencia, puesto que su trascendencia será perpetuamente trascendida por una conciencia esencial y soberana. El drama de la mujer es ese conflicto entre la reivindicación fundamental de todo sujeto, que se plantea siempre como lo esencial, y las exigencias de una situación que la constituye como in-esencial.

Simone de Beauvoir en «El segundo sexo»


Su única ambición es vivir, seguir viviendo, sin que ninguna piedrecilla estorbe el manso correr de la onda vital. El hoy es para ellos una serie de actos que tiene por objeto producir un mañana enteramente igual al de ayer.

Benito Pérez Galdós en «El abuelo».


Un perro hambriento sólo tiene fe en la carne.

Antón Chéjov


Antiguos navegantes acuñaron una frase gloriosa:
“Navegar es preciso; vivir no es preciso.”
Quiero para mí el espíritu de esta frase,
transformada la forma para casarla con lo que yo soy:

Vivir no es necesario; lo que es necesario es crear.

Fernando Pessoa


La anarquía es la máxima expresión del orden.

Elisée Reclus


Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejercitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron.

Thomas Jefferson


El campo de la norma ya no te bastaba; no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por esto tuviste que entrar en el campo de batalla.

Michel Houellebecq en «Ampliación del campo de batalla».


– ¿Cuántas patas tiene un cerdo?
– Cuatro.
– Y si llamamos pata a su cola, ¿cuántas patas tiene?
– Cinco.
– De eso nada: no es posible transformar una cola en pata sólo con llamarla pata.

Adivinanza infantil anónima, leída en «Curso de autodefensa intelectual» de Normand Baillargeon.


La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro.

Emmanuel Kant


Iván Illich vio que se moría y su desesperación era continua. En el fondo de su ser sabía que se estaba muriendo, pero no sólo no se habituaba a esa idea, sino que sencillamente no la comprendía ni podía comprenderla.

El silogismo aprendido en la Lógica de Kiezewetter: “Cayo es un ser es humano, los seres humanos son mortales, por consiguiente Cayo es mortal”, le había parecido legítimo únicamente con relación a Cayo, pero de ninguna manera con relación a sí mismo.

Que Cayo –ser humano en abstracto- fuese mortal le parecía enteramente justo; pero él no era Cayo, ni era un hombre abstracto, sino un hombre concreto, una criatura distinta de todas las demás: él había sido el pequeño Vanya para su papá y su mamá, para Mitya y Volodya, para sus juguetes, para el cochero y la niñera, y más tarde para Katenka, con todas las alegrías y tristezas y todos los entusiasmos de la infancia, la adolescencia y la juventud. ¿Acaso Cayo sabía algo del olor de la pelota de cuero de rayas que tanto le gustaba a Vanya?¿Acaso Cayo besaba de esa manera la mano de su madre?¿A caso el frufrú del vestido de seda de ella le sonaba a Cayo de ese modo?¿Acaso se había rebelado éste contra las empanadillas que servían en la facultad?¿Acaso Cayo se había enamorado así?¿Acaso Cayo podía presidir una sesión como él la presidía?

Cayo era efectivamente mortal y era justo que muriera, pero “en mi caso –se decía-, en el caso de Vanya, de Iván Illich, con todas mis ideas y emociones, la cosa es bien distinta. Y no es posible que tenga que morirme. Eso sería demasiado horrible”.

León Tolstoi en «La muerte de Ivan Illich»


Preferiría comprender una sola causa a ser el rey de Persia.

Demócrito de Abdera


Todo el mundo se enteraría de que Huck Finn había ayudado a un negro a conseguir la libertad, y si volvía a ver a alguien del pueblo tendría que ser para agacharme y lamerle las botas de vergüenza. Así son las cosas, alguien hace algo que está mal y después no quiere cargar con las consecuencias.

(…)

De manera que estaba lleno de problemas, todos los problemas del mundo y no sabía que hacer. Por fin tuve una idea y me dije: “Voy a escribir una carta y después intentaré rezar”. Y bueno, me sentí asombrado de como me volví a sentir ligero como una pluma inmediatamente y sin más problemas. Así que agarré una hoja de papel y un lápiz, sintiéndome muy contento y animado, y me senté a escribir: «Señorita Watson, su negro fugitivo Jim está aquí dos millas debajo de Pikesville y lo tiene el señor Phelps, que se lo devolverá por la recompensa si lo manda a buscar».

Me sentí bueno y limpio de pecado por primera vez en mi vida y comprendí que ahora podía rezar. Pero no lo hice enseguida, sino que solté el papel y me quedé sentado, pensando en lo afortunado que era que todo hubiese sucedido así, y cuan cerca había estado de perderme e ir al infierno. Y seguí pensando. Y me puse a pensar en nuestro viaje por el río. Y vi a Jim delante de mí, continuamente, de día y de noche, a veces a la luz de la luna, a veces en plena tempestad, flotando delante, hablando y cantando, y riendo.

Pero no sé por qué no pude encontrar nada que me endureciera el corazón contra él, sino todo lo contrario. Le había visto hacer mi guardia después de la suya, en vez de despertarme, para que yo pudiera seguir durmiendo. Vi lo contento que se puso cuando regresé saliendo de la niebla; y cuando fui otra vez hasta él en el pantano, allá donde hacían la vendetta, y en otras ocasiones parecidas.

Y siempre me llamaba su niño, y me mimaba, y hacía todo lo que se le ocurría por mí, y pensé en lo bueno que siempre era. Y por último, pasando revista, llegué al momento en que le había salvado cuando les dije a los hombres aquellos que teníamos la viruela a bordo, y él dio tantas muestras de agradecimiento, y dijo que yo era el mejor amigo que Jim había tenido jamás, y el único que tenía ahora. Y entonces levanté la cabeza y vi la carta.

Estaba cerca, la cogí y la levanté en la mano. Yo temblaba porque tenía que decidirme, de una vez y para siempre, entre dos cosas, y lo sabía. Pensé unos instantes, conteniendo el aliento, y después me dije:

—Bueno, pues iré al infierno entonces.

Y rompí la carta.

Mark Twain en «Huckleberry Finn


Yo no creo mucho en la obligación, como creía Kant; lo espero todo del entusiasmo. Siempre es más fecunda una ilusión que un deber.

José Ortega y Gasset


Vivir sin leer es peligroso, obliga a conformarse con la vida

Michel Houellebecq


Los pobres, se encuentran tan presionados desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y sofocantes, que no se les debe permitir tener pelo, pues en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia, los médicos sugieren suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido suprimir los piojos. Y es que sería largo y laborioso cortar las cabezas de los tiranos; es más fácil cortar el pelo de los esclavos. (…) La lección de los piojos de los suburbios es que lo que está mal son los suburbios, no el pelo. (…) Sólo por medio de instituciones eternas como el pelo podemos someter a prueba instituciones pasajeras como los imperios.

(…)

Hay que empezar por algún sitio y yo empiezo por el pelo de una niña. Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras que son inexorables y que son la piedra de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes y las ciencias están en su contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio. Porque debe tener el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero, debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una distribución de la propiedad, debe haber una revolución. La pequeña golfilla del pelo rojo, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser mutilados y destrozados para servirle a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos caerán, pero no habrá de dañarse un pelo de su cabeza.

G. K. Chesterton en «Lo que está mal en el mundo». Ed. El Acantilado. Traducción de Mónica Rubio Fernández.


No pensaba, formaba parte de la innumerable cohorte de aquellos que en su alma y conciencia, llaman opinión, convicción, certidumbre e incluso sentimiento, e incluso pensamiento a las vagas y sin embargo tiránicas sensaciones que arman sus juicios.

Daniel Pennac, en Diario de un cuerpo


No se percataba de que, por el contrario, lo que ella llamaba sus errores, encajaba en un conjunto de mecanismos completamente lógicos, casi dispuestos de antemano, implacables. No se daba cuenta de que su familia, sus padres, sus hermanos y hermanas, e incluso sus hijos, y casi todos los vecinos del pueblo, habían tenido los mismos problemas, que lo que ella llamaba errores no eran, en realidad, sino la más acabada expresión del desarrollo normal de las cosas.

Édouard Louis, en Para acabar con Eddy Bellegueule


El infierno de los vivos no es algo que será: existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos.Dos formas hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio.

Italo Calvino, en Las ciudades invisibles


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