Archivo mensual: May 2015

Ningún hogar sin lumbre, ningún español sin opinión

repeticiones

Aumento de la probabilidad de repetir curso para los estudiante con un rendimiento similar en matemáticas, lectura y ciencias. Los estudiantes desfavorecidos se refieren a los estudiantes que se encuentran en el cuartil inferior del índice PISA de estatus económico, social y cultural. El grupo de comparación se compone de estudiantes favorecidos, es decir, los que se encuentran en el cuartil superior de este índice PISA.

Todo español lleva dentro un entrenador de fútbol y un ministro de educación. No sé en el fútbol, pero en educación, aunque el aspirante a experto hable con total convicción, lo habitual es que las opiniones que se escuchan no tengan ninguna base sólida. Este documento de PISA desmiente alguna de las más populares:

«Los alumnos no se esfuerzan porque pasan de curso hagan lo que hagan. Si repitieran ya verías tú como espabilaban. Lo que hace falta para mejorar el sistema es ponerse serio y hacer repetir a los que no vayan bien.»

Según los resultados de PISA 2012, el 12% de los estudiantes de 15 años en todos los países de la OCDE tuvieron que repetir un curso al menos una vez durante su escolarización obligatoria. Sin embargo, en España más del 30% de los estudiantes de quince años había repetido curso alguna vez.

Curiosamente, en la práctica, la repetición de curso no ha proporcionado beneficios claros para los estudiantes repetidores o para los sistemas escolares en general. La repetición de curso es además una forma costosa de lidiar con el bajo rendimiento: los estudiantes que repiten tienen más posibilidades de abandonar los estudios, o de permanecer más tiempo en el sistema educativo.

«Antes los estudios se tomaban en serio y los malos estudiantes repetían. Con la LOGSE todo cambió y ahora pasan todos aunque solo hayan aprobado la Gimnasia»

Mientras que en la mayoría de los países que en 2003 tenían tasas de repetición de curso mayores al 20%, estas bajaron en una media de 3,5 puntos porcentuales antes de 2012, en España las tasas de repetición aumentaron en ese mismo período.

«Los Jonathan y las Jessicas lastran el sistema educativo porque todo está pensando para atenderlos, cuando en el fondo lo que ellos quieren es hacerse ricos sin estudiar, metiéndose en el Gran Hermano.»

Las probabilidades de repetir curso son notablemente mayores entre los estudiantes con dificultades socioeconómicas que entre los que cuentan con más recursos, aun habiendo similar rendimiento en matemáticas, lectura y ciencia. En España hay tres veces más repetidores por cada no repetidor en el grupo de los desfavorecidos, que por cada no repetidor del grupo de aquellos con más recursos y similar rendimiento. Esto se ve claro en la figura de arriba. Dicho en plata, a los chicos de familias más desfavorecidas se los quitan del medio con más facilidad que a lo otros, aun habiendo demostrado capacidades similares. Esto quiere decir que se se está castigando otra cosa. Habría que reflexionar el qué.

En definitiva, aunque el experto de campo y playa nos haga creer que tiene un ministro en su interior, la realidad es que no es otra cosa que un ciudadano mal informado. Lo malo es que dentro de los ministros de educación viven también con frecuencia ciudadanos mal informados. O mal intencionados, que todo es posible.

Haber estudiado

Última hora de la tarde de un día caluroso. Barbacoa en casa con jardín. Un chiquillo corretea descalzo por el césped, con el pelo pajizo y el típico moreno de piscina privada y clases de tenis. Míralo, dice el padre, parece un niño de Las Tres Mil Viviendas. Las Tres Mil Viviendas, jiji-jaja. Al hombre la imagen le parece tan alejada de su realidad como – y probablemente a causa de eso– terriblemente hilarante. La misma conexión mental podría haberlo llevado a decir «míralo, parece un chimpancé», porque no ha pensado exactamente en un niño, no al menos en uno como el suyo. Ha pensado en el pequeño salvaje de una reserva de gente que-no-son-como-nosotros, en una criaturilla entrañable (¡quiérala antes de que crezca!) a la que revolver el pelo en el muy improbable caso de que sus vidas lleguen a cruzarse. Ellos no son como nosotros. Y nosotros somos mejores, naturalmente. Ellos quieren ser así.

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Edificios de las Tres Mil Viviendas, barriada sevillana prototipo de polígono de extrarradio, que algunos encuentran graciosa.

La gente cultivada tiene contradicciones interesantes. Un chascarrillo machista u homófobo puede suponer la ruina social en según qué ambientes (una habilidad social básica es saber dónde hay que disimular) y, sin embargo, el clasismo no solo es tolerado sino que suele ser celebrado como se celebran los gestos de reafirmación identitaria. O los goles, que viene a ser lo mismo. Esta actitud, que no es otra cosa que conciencia de clase alta, ha pasado a estar bien vista por un mecanismo sencillo pero a la vez tremendamente poderoso: lo que antes se asumía como privilegio, ahora es visto como mérito. «La gente es pobre porque es vaga, a mí nadie me ha regalado nada, yo me he ganado lo mío». ¿Significa eso que el padre de la barbacoa cree realmente que el hipotético niño de las Tres Mil Viviendas tiene las mismas oportunidades que el suyo? Es evidente que no, porque, si lo creyera, dejaría actuar a la naturaleza y no se molestaría en buscarle colegios privados o cursos de idiomas en el extranjero. ¿Acepta entonces que hay quien tiene muchas más dificultades para aspirar a buenos trabajos pero merece vivir tan dignamente como cualquiera? Pues tampoco, porque para que la economía funcione –dicen los economistas serios– los sueldos deben estar ligados a la productividad y todos sabemos que un director general de-lo-que-sea es más productivo que una cajera de supermercado. Una vez aceptado el engaño de que lo que impide prosperar a los vecinos de los polígonos y otros entornos marginales son sus propios defectos individuales, es relativamente sencillo pasar a ridiculizar sus hábitos (previamente uniformizados y parodiados): si te gusta el reaggeton te mereces limpiar casas ajenas por seiscientos euros al mes; si ves el Gran Hermano, a menos que lo comentes con un grupo de universitarios con calculada ironía y fingida indiferencia, tienes que servir mesas hasta que se haya ido el último cliente cobrando media jornada. Si no, ¿para qué estudié?, se pregunta el recién licenciado. Eso mismo digo yo, ¿para qué crees que estudiaste?

Sobre los supuestos errores que impiden a los pobres salir de la pobreza, Édouard Louis escribió: [mi madre] no se percataba de que lo que ella llamaba sus errores, encajaba en un conjunto de mecanismos completamente lógicos, casi dispuestos de antemano, implacables. No se daba cuenta de que su familia, sus padres, sus hermanos y hermanas, e incluso sus hijos, y casi todos los vecinos del pueblo, habían tenido los mismos problemas, que lo que ella llamaba errores no eran, en realidad, sino la más acabada expresión del desarrollo normal de las cosas. Para que el relato funcione es preciso negar la existencia de estos mecanismos también desde dentro, como le ocurría a la madre de Édouard. Surge así el mito del ascensor social. «Si uno del barrio pudo, yo también puedo». Un solo ejemplo inspirador – y eso el poder lo sabe bien–, es más efectivo para contener a las masas que mil antidisturbios: ante la falta de oportunidades, los problemas sociales se asumen como individuales, y aquí paz y después gloria. Y desde luego que es justo (y necesario) que existan oportunidades para llegar hasta donde la capacidad y las ganas permitan, porque todos tenemos derecho a aspirar a la felicidad y porque la sociedad en su conjunto se beneficia de ese talento. Sin embargo, nada justifica que los que, por las razones que sean, permanezcan en los pisos bajos de la pirámide social, se vean privados de sus derechos sociales más básicos.

Mientras vemos que los derechos desaparecen, las clases medias huyen hacia delante. En frenética carrera, tratan de mantenerse en los pisos de la pirámide donde siempre han estado y que perciben como propios. Niños de cinco años estudiando chino. Jóvenes encadenando un máster con otro y aceptando prácticas no remuneradas, con la esperanza de conseguir alguno de los cada vez más escasos empleos decentes. Sálvese quien pueda. Han escogido una solución individual, no colectiva. Conciben la educación, no como medio de enriquecimiento humano, sino para justificar las desigualdades. Desigualdades que se sostienen en una suerte de autoengaño que no hubiera sido posible sin cierta dosis de egoísmo y de soberbia. A todos nos gusta creer que nos hemos ganado lo que tenemos con nuestro esfuerzo, aunque no sea del todo cierto. Mientras tanto, en alguna junta de administración o consejo de ministros, alguien decidirá que debemos prescindir de algún otro derecho, al que llamará privilegio.

Haber estudiado.

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