Cada vez parece más evidente que el sentido común ha desaparecido de las escuelas. Un caso paradigmático es el de la aprobación del proyecto de escuela 2.0 (que entre otras medidas prevé dar ordenadores portátiles a niños de Primaria), sin que hubiera sido avalado por ningún estudio y sin haber tenido en cuenta las evidencias de que los ordenadores no mejoran el rendimiento escolar sino todo lo contrario. ¿Por qué entonces hacer algo que no funciona y encima gastar muchísimo dinero en ello (40 millones de euros)? Aunque no habría que descartar los intereses económicos que las empresas informáticas y editoriales tienen en el asunto, parece claro que las razones tienen más que ver con cuál es la finalidad última del Sistema Educativo. Hoy debo confesar que estoy enamorada que he vivido muchos años engañada. Resulta que ingenuamente me había creído aquello de que el conocimiento nos hacía libres y que la educación era necesaria para progresar humana y socialmente. No es de extrañar que, desde mi particular punto de vista, el argumento de que la escuela está para formar a los ciudadanos del siglo XXI – que continuamente repiten los adalides de la escuela 2.0 – se me apareciera terriblemente pobre por no decir una obviedad vacía de contenido. Ahora sé, sin embargo, que lo que falla es mi punto de vista. El sistema sabe perfectamente lo qué quiere y sabe a qué se refiere cuando habla de ciudadanos del siglo XXI: se trata de educar consumidores, cuanto más felices mejor, y no ciudadanos críticos. Y es que hace tiempo que los valores de la ilustración se han transformado en meros embellecedores de los nuevos valores creados por el capitalismo. Yo me he tenido que caer de un guindo para darme cuenta. Como escribe Jean Claude Michéa en «La escuela de la ignorancia«, el declive de la inteligencia crítica y del sentido de la lengua, lejos de ser efecto de una disfunción lamentable de nuestra sociedad, se han convertido, por el contrario, en una condición necesaria para su propia expansión. Una hipótesis que va más allá de una astuta teoría conspirativa. El tittytainment (entetanimiento), como alimento para mantener de buen humor a las masas mediante entretenimientos más o menos burdos, ha llegado a las escuelas. Hoy las actividades escolares tienen que ser llamativas, originales, entretenidas y motivantes. Los estudiantes de Magisterio son aleccionados para que diseñen sus clases lo más espectacularmente posible – en el sentido de despliegue de luz y color – sin importar qué conocimientos se intente trasmitir. Es más, ya no se pretende que el maestro domine ningún conocimiento sino que sea «mediador». Para esto vienen muy bien los ordenadores, claro. Para esto, y para que nuestros alumnos sean hábiles manejando un ratón y bajando fotos de Internet para insertarlas en algún PowerPoint («informática a nivel de usuario», pondrán en sus curricula cuando les llegue la hora de buscar trabajo). La escuela como motor de movilidad social ha pasado a la historia: viva la escuela circo. En el mejor de los casos, se espera de las masas populares que sean buenos oficinistas, con nivel medio de excel, pero no que usen el cerebro para pensar… no se vayan a dar cuenta de que el emperador está desnudo y vaya a perder su trabajo algún experto en pedagogía o algún consejero de la cosa educativa, de esos que pasean altivamente las inexistentes colas de sus inexistentes trajes en congresos y romerías.
Dejando a un lado la cuestión moral, lo terrible es que para que una sociedad así funcione, deberá conservar un sector de excelencia destinado a formar a las distintas élites científicas, técnicas y de gestión, algo que el sistema español no prevé de tal modo que, para más inri, en nuestro país la selección para los puestos de responsabilidad se suele hacer en función de las conexiones sociales que posea el candidato y no de su capacidad personal. El resultado es un auténtico suicidio colectivo.
Para entender que algo así esté sucediendo con el aplauso de amplios sectores de la sociedad, y en particular de la autodenominada progresía, hemos de comparar el fenómeno con el de los movimientos contraculturales. Estos movimientos suelen percibir que las comunidades humanas son básicamente conjuntos de seres alienados, oprimidos y conformistas. Se entiende así que la sociedad y sus normas son represivas de la naturaleza humana y que en consecuencia hay que rebelarse contra ellas. Lo que ocurre es que el motor de la sociedad capitalista es precisamente el afán de distinción y la no conformidad en tanto que búsqueda de gustos únicos que el mercado ha de satisfacer, de modo que paradójicamente la contracultura acaba perfectamente integrada en el modelo de sociedad al que pretendidamente se opone. Pues bien, la escuela ha caído en el mismo error que los movimientos contraculturales al entender que el enemigo de la libertad es el conformismo y no la injusticia. Es probable que las corrientes pedagógicas actuales (antiautoritarias, innovadoras, que priman la motivación al esfuerzo y la felicidad inmediata a la realización personal) hayan surgido del deseo legítimo de responder ante una sociedad que, es cierto, puede llegar a oprimir al individuo. Pero por el camino han olvidado que al mismo tiempo que se ofrece entretenimiento a los niños, se les niega la posibilidad de sentir placer intelectual; al mismo tiempo que se les habla del respeto a su libertad se les niega la posibilidad legítima de aspirar a una vida mejor (a este respecto, este post sobre el sistema Gary de enseñanza me ha parecido particularmente interesante). La innovación, cuando se convierte en simple expresión de rebeldía pueril por puro afán de diferenciarse de los modelos tradicionales, no sólo no sirve para mejorar la enseñanza sino que refuerza los valores reaccionarios que pretende combatir. En definitiva, como los movimientos contraculturales, las modernas corrientes pedagógicas se han convertido en modas al servicio de los intereses de la élite social y económica. Desgraciadamente, los pedagogos tienen más similitudes con cualquier ídolo de la contracultura (de masas) supuestamente contestatario, que con profesionales comprometidos con la educación.