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Bob Esponja® y Hello Kitty® van a la escuela

Hace poco una amiga me contaba que en la escuela infantil de su hija habían bautizado las aulas de los más pequeños como ‘Piolín’ y ‘Hello Kitty’. La niña, que a sus tres años  está completamente obsesionada con la gata japonesa y tiene de todo – desde pijamas hasta galletas – de esa marca, se había cogido un disgusto tremendo porque el azar hizo que le tocara en la ‘Clase Piolín’. Por lo visto hay padres de alumnos de la ‘Clase Hello Kitty’ a los que tampoco les ha hecho gracia el reparto de aulas porque a sus retoños, varones, les había tocado en una clase con nombre de cosas de niñas. ¡Vaya por Dios! ¿Estamos todos locos?

Primero, es francamente inquietante que una niña de tres años valore un producto, no por lo que es, sino por lo que aparenta y por el estatus que consigue al poseerlo. Y es que para ella una mochila no es bonita o fea, es guay o es cutre. Por no hablar de los estereotipos sexistas que muchos productos comerciales fomentan. Hay que decir que esta niña no es, ni mucho menos, una excepción: con demasiada frecuencia la autoestima de los críos y la imagen que se forman del prójimo se basa en los productos que usan, en las marcas que llevan. Naturalmente los expertos en marketing lo saben como también saben que los pequeños son un público – un target – tan vulnerable como fiel. Pero si esto es inquietante, el hecho de que se promueva desde la escuela me parece siniestro, además de que denota una pobreza cultural y un menosprecio a la inteligencia de los niños alarmante. ¿Es que los responsables de esa escuela no conocían – qué sé yo – nombres de flores, de animales o de personajes importantes? ¿Es que es necesario transformar el entorno de los niños en un parque temático continuo? Como me comentaba otra amiga, dar a los niños productos de marca por el valor añadido que tienen en cuanto que signos de diferenciación social, es como ofrecerles tabaco. Pero en lugar de pensar sobre las implicaciones que la incitación al consumismo tiene en los más pequeños, muchas escuelas se limitan a organizar talleres sobre ‘educación del consumidor’.

Tengo que decir que la escuela de la que he hablado es privada. El vídeo que muestro a continuación fue sin embargo creado en un colegio público.

A muchos les ha emocionado. Todos los comentarios que he leído sobre él son elogiosos e incluso un catedrático de cierta facultad de educación lo ha aplaudido vehementemente. Quizás no sepan que que se trata de una copia (¿versión?¿adaptación?) de un anuncio de Coca-Cola®. Yo no puedo dejar de preguntarme hasta que punto es educativo copiar las estrategias publicitarias, es decir, apelar al sentimentalismo – no a la razón – para hacernos llegar un mensaje.  Lo terrible es que el reclamo de Coca-Cola® es muy bonito y nos emociona… al mismo tiempo que nos miente de manera descarada. Si no lo han visto, el anuncio dice cosas como: «Por cada persona corrupta hay 8000 donando sangre». Pues bien, de acuerdo a la ‘Federación española de donantes de sangre‘ en Canarias hubo 72604 donaciones en el 2010 por lo que según Coca-Cola® en las islas hubo sólo 9 personas corruptas ese año. En fin, ojalá tuvieran razón. ¿Por qué los responsables de la escuela del vídeo han escogido la misma estrategia torticera? ¿Por qué dice todo el mundo que este colegio es un ejemplo a seguir cuando en realidad no tenemos elementos para juzgarlo puesto que sólo han hecho publicidad? Dicen que hay razones para creer en una escuela mejor pero no exponen cuáles son (que «muera un hada en el país de Nunca Jamás» no es una razón, es una metáfora vacía de contenido). Aunque supongo que movidos por buenas intenciones, han preferido la apariencia a la realidad y no me parece honesto. ¿O es que ahora la demagogia es un valor educativo?