Archivo diario: agosto 19, 2012

Matemáticas y poesía

Decía el físico Paul Dirac que cuando trabajas en ciencia tienes que escribir sobre cosas que nadie sabe con palabras que todo el mundo es capaz de entender, mientras que al escribir poesía se debe expresar algo que todo el mundo sabe con palabras que nadie entiende. Aunque la broma está en afirmar que no hay encuentro posible entre la ciencia y la poesía, creo que Dirac hace exactamente lo contrario al reconocer que ambas se valen de la naturaleza metafórica del lenguaje y que, por tanto, están íntimamente relacionadas.

Decía el poeta Federico García Lorca (casualmente hoy se cumplen 76 años de su muerte), que poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio. Y es que un verso es como una ecuación. Como en la ecuación, todo tiene que encajar, sus términos no se pueden alterar o suprimir – a menos que se sigan ciertas reglas y siempre manteniendo el cuerpo que le da sentido -. El significado de la ecuación tiene que penetrar en las profundidades del pensamiento y permanecer en la memoria y tiene que evocar otras relaciones. Esto es precisamente un verso: una pieza del lenguaje – que forma un misterio – formulada de manera única y precisa, que tiene que ser necesariamente como lo ha concebido el poeta.

Pensemos en un verso que nos conmueva: «No hay extensión más grande que mi herida«, de Miguel Hernández, por ejemplo. Estas ocho palabras forman un todo y transmiten muchísimo más que expresiones como «mi herida es muy grande» o «sufro tanto como si tuviera una herida enorme», aunque podría parecer que la última formulación explica más claramente el estado de ánimo del autor. Ni siquiera movilizando algún recurso poético para escribir algo del tipo «ni el mar ni el universo son más grandes que mi herida» es fácil alcanzar, si quiera mínimamente, la fuerza del verso de Miguel Hernández (el mío es un verso horrible, de hecho). Al profesor que recuerdo con más cariño de mi época escolar, es al que tuve en Literatura de 2º de BUP. A estas alturas ya no me acuerdo de su nombre pero no se me borra la clase que dedicó íntegramente a comentar el verso «Tus campos rompan tristes volcanes«, otro maravilloso ejemplo del poder de la palabra: la amenaza «espero que exploten unos volcanes y acaben con todos ustedes» no sobrecoge tanto como la de la endecha popular. Y es que los poetas son capaces de formar algo así como un misterio. Es más, no es que la poesía adorne los pensamientos, es que en ocasiones es el único medio de compartirlos. Porque hay cuestiones tan complejas que no queda más remedio que apelar a la poesía, y así es frecuente que la gente responda «no tengo palabras» cuando se le pregunta por un hecho que los ha sobrecogido o emocionado especialmente. Del mismo modo, las matemáticas no adornan las teorías científicas sino que están en su misma esencia.

Hay muchos ejemplos de matemáticos poetas y viceversa. Nicanor Parra (Premio Cervantes del 2011) es físico, matemático y poeta (antipoeta, diría él). A él se debe la ecuación canónica de la poesía occidental – más bien la igualdad-, que es la siguiente: (14+8)/2 = 11 (la versión que viene en el artículo que he enlazado es incorrecta porque le falta un paréntesis). El poeta explica la expresión del siguiente modo en una entrevista: «los versos de 14 sílabas corresponden al mester de clerecía, el de Gonzalo de Berceo. Yo [el periodista] le digo que los alejandrinos también pueden contarse como dos versos de 7, pues los de 14 casi siempre tienen un cesura en el medio. Parra está de acuerdo, pero la cosa no cambia, 7 + 7 = 14. A este se le suma el octosílabo de las coplas y de los romances, el mester de juglaría, la poesía popular. La división por dos de estos dos tipos de versos canónicos da la medida intermedia, la perfecta, que no es culta ni popular: el endecasílabo. El verso típico del soneto italiano, provenzal, castellano…»

Otro poeta matemático es Raymond Queneau a quien se le ocurrió escribir 10 sonetos y reunirlos en un libro donde cada uno estaba impreso en una página recortada a su vez en 14 trozos, uno por cada verso. La idea era combinar los versos para componer diferentes nuevos sonetos. Tantos como 1014: hay 10 posibilidades para el primer verso, diez para el segundo, diez para el tercero… y así hasta catorce. Por eso tituló su libro Cent Mille Milliards de Poèmes» («Cien mil millardos de poemas», o lo que es lo mismo «Cien billones de poemas»). Cien billones porque un billón son un millón de millones, o sea 1012, así que 1014 hacen cien veces un billón. Recientemente la Editorial Demipage ha editado un libro, homenaje a Quenau, siguiendo el mismo procedimiento. Lo ha titulado «Cien mil millones de poemas», no sé si por error o para que sonara parecido al original francés, porque lo cierto es que hay más de cien mil millones de poemas, como acabamos de ver. En este blog hay un par de vídeos donde se explica cómo funciona el invento.

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